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62 Equivocación... La resolución y la tarjeta No haría mucho tiempo que Jacinta volvía á su palacio, entre las dos y las tres de la mañana. La noche era muy fría y muy oscura. Había asistido á la cena, tal vez la última, que la Empe- triz Eugenia diere á sus damas é íntimas de la más alta aristocra- cia. Por supuesto, las invitadas se habían propuesto rivalizar mútuamente con su lujo y esplendor extraordinario. La incompa- rable artista española Adelina Patti, que trabajaba en Venecia, había sido llamada para amenizar el acto. La Emperatriz quedó orgullosa de aquella gloria de su nación. Jacinta regresaba á su palacio vivamente impresionada por los divinos acentos de aquella tiple incomparable. Los lacayos habian detenido la berlina en una boca-calle para que pasase un coche de alquiler que les había tomado la delantera. Un ¡ay! agudísimo como de persona afligida por repentino asal- to ataque se dejaba oir en el acto. Parecía aquello una puñalada. Un lacayo saltó del pescante creyendo á su señorita herida. Jacinta al mismo tiempo abría la portezuela muy asustada, pues también había oído. No soy yo, no soy yo —decía al lacayo—es ahi en la misma esquina. Efectivamente, allí habia uu cuerpo humano tendido en tierra. El farol de la berlina le daba de lleno en el rostro por uno de los cristales y lo veía muy bien Jacinta. Era una mujer. Me muero...—dijo pudiendo hablar apenas—de hambre y de frío. ¿stoy casi desnuda, mi marido está imposibilitado en la cama sin ropas, y mis criaturitas se mueren de hambre y de frío en la buhardilla. El cochero, por un impulso de compasión y caridad buscaba en su bolsillo un sus para echárselo luego y marchar. Pero la infeliz, que con tanta dificultad había hablado, que parecía entregar el al- ma en cada palabra, al concluir lanzó un ¡ay! aún más agudo, que atravesó el corazón de Jacinta, llenándose de miedo. El buen fon- do de su alma luchó un momento por causa del corte de su vestido. Pudo más en ella el sentimiento cristiano y saltó á tierra acer- cándose tímida á la infeliz. Había oído todas sus palabras, y ahora, al fijar su vista en ella, recogía su última mirada.
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