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l yy ' ' h A 60 Equivocación... Este es el mundo que venís á abrazar, y ese es el mundo que váis á dejar. Miradlos surgir á los dos, miradlos con los ojos del alma cómo cada uno quiere la preferencia en vuestra considera- ción. Que Dios ilumine vuestra conciencia, pero ante todo elegid libremente aquel que sea de vuestra más grande voluntad. De esa voluntad que siempre, por desgracia, se inclina al placer, y que en un momento dado renuncia para siempre á las aspiraciones heroi- cas que nos habíamos propuesto para toda la vida. Meditad..... meditad. Un silencio absoluto y solemne siguió á estas últimas palabras del Cardenal. Todo el mundo detenía el aliento para escuchar. La voz del augusto purpurado, resonando majestuosa en el seno del templo, había mostrado á los ojos de Sor Francisca todos los hala- gos y encantos de la vida que dejaba, todas las penalidades y tristezas de la nueva vida en que iba á entrar por obligación de estado. Sor Francisca no quiso contestar en el mismo instante en que fué de aquella manera invocada la rectitud de su cora- zón y de su conciencia, por más que tenía muy vivo en su me- moria el caso que le había impulsado á aquella sublime determi- nación. Si hubiera contestado confusamente, hubiéramos dicho que irreflexiva se arrojaba en aquel estado y vida como el infeliz, por algo desesperado, que cierra los ojos y en un vértigo se arroja y se despeña en una sima. Así el silencio de la novicia parecía una duda; su prolongación una retirada. 'Podos se miraban, todos. A todos les parecía que la arrogante figura del Marqués N..... habría ejercido á última hora influencia decisiva sobre ella, y que dejando el altar volvería á ser el esplendor de la Corte. Los mil apasionados que tenía, apasionados de su talento, apa- sionados de su hermosura, apasionados de su gracia, apasionados de s*elegancia incomparable, recobraban alguna esperanza. Mas bien pronto se desvaneció. Sor Francisca, con voz firme inteligente y clara, dijo bien alto: quiero ser para siempre esposa de Jesucristo. Y prestó su juramento é hizo sus votos. Un inmenso agudo grito de dolor salió de todos los pechos, de todos los corazones que la amaban. El Marqués de N... apoyado en una columna, pálido, fuera de

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