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Novela histórica 59 tura y os insultarán diciendo que á costa de la salud y libertad del cuerpo queréis darles la esclavitud al alma. Aún el remedio mate- rial que llevéis en vuestra medicina será rechazado, diciendo que lo habéis envenenado, que queréis matar, y acaso en mal modo lo arroje sobre vos. Y no debe importaros. Vos debéis hacer el bien por su bien. Dios, que vive en medio del dolor y de la desgracia, agradecerá siempre vuestro sacrificio, tanto más cuanto sea por los hombres desagradecido. La sangre que restañéis es como su sangre; la herida que ce- rréis como si fuera su herida. Lo dijo en su Evangelio, en esa pa- labra divina que permanecerá siempre, y se cumplirá; porque aunque la tierra se reduzca á ceniza, y el sol se apague, y las es- trellas se hundan, y el tiempo y pergamino de los cielos sean reco- gidos como un inmenso abanico para ya no funcionar, su palabra divina, su Evangelio sólo quedará frente á la boca de Dios como si saliese entonces. Ya véis, Sor Francisca, cuantos caracteres divinos tiene una re- ligión que comienza por haceros ver en un enfermo, á pesar de su palidez, de su dolor y de su miseria, al mismo Dios que resplande- ce con gloria inmortal sobre miriadas y miriadas de mundos y soles. Meditadlo bien, hija mía; si el mundo que abandonáis, si las mil afecciones que se os han consagrado han de aparecer á vuestro recuerdo con pena de haberlo todo renunciado, libre tenéis todavía el camino, podéis volveros. Abiertos están los brazos de vuestra amante madre para recibiros y desde ellos trasladaros á un trono de goces y riquezas. En este supremo instante podéis libremente elegir entre los mil variados goces y las obras de caridad en el dolor; podéis elegir entre el enfermo y los cortesanos, entre el hos- pital y las Tullerías. Pensad lo que allí dejáis y lo que aquí venís á recoger. Allí dejáis esplendores, admiraciones, lisonjas, aquí venís á recoger suspiros, sollozos y lágrimas; aquí no oiréis más arru- llos que los ayes del herido, del moribundo; aquí no aguardéis más recompensa que la tranquilidad de vuestra conciencia y la esperanza en Dios. Y no penséis descansar, porque cuando todo eso cesare, debéis saber que aún os queda más elevada, más sublime ocupación, orar, para elaborar en la oración el bálsamo divino, único para curar tantos heridos, tantos enfermos del alma.
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