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Novela histórica 57 Sor Francisca contuvo también su respiración ante él. A él pre- cisamente hacía referencia en la Capitanía cuando Raquel le pre- guntó si había amado alguna vez, si había sido correspondida y contestó que si, y que siempre había sido correspondida. Sor Francisca desde aquel punto no tuvo fuerzas para pasar adelante y despedir á los amigos uno por uno. Respiró anhelosa, El potentisimo coro llenaba entonces su oído y su corazón con el Redde Altissimo vota tua «ofrece al Altísimo tus votos» abrió los ojos que cerrara un momento, miró al altar donde el Cardenal la aguardaba, y se dirigió á él arrodillándose en la primera grada. Su madre, que esperaba acabase de abrazar á todos, dejó pre- y fué á darle el último abrazo para que tuviese y cipitada el asiento más presente aquel último recuerdo, aquel broche que cerraba tantas muestras de cariño, todo un album de amores. Con las pal- pitaciones del corazón quería dar á entender á su hija amada que no podía vivir, que moriria sin ella. —Madre mía..... os quedan otros hijos; no me necesitáis. —Una madre necesita siempre el consuelo de todos sus hijos. Y del mío necesitas tú, que estás enferma. —Haced á Dios el sacrificio de un consuelo, como lo hago yo. Su madre angustiada miró al cielo..... alzó la mano y le dió su bendición. -Por este sacrificio os dará Dios otra hija que os consuele en mi lugar. (1) El coro había cesado. La concurrencia se hacía toda oídos para escuchar el sermón. El Cardenal tenía ya la mitra en su cabeza y el báculo en su mano. Con voz dulcísima, llena de gracia y unción, empezó así su breve plática, dirigiéndose en general al grupo de las Religiosas: Hijas sin padre, madres sin hijos, esposas sin mari- dos, hermanas sin hermanos, pero hermanas de todo el mundo..... vosotras, ya..... seáis benditas. Y luego dirigiéndose á la novicia sola, á Sor Francisca, que as- ' (1) Y fué así; pues si bien Angel, el hijo mayor, murió en la flor de su edad, en la esposa de su hijo Dámaso vió luego reproducida toda la virtud, toda la hermosura y todo el amor de la hija. Cuando las dos cuñadas se cono- cieron, se admiraron mutuamente sin envidiarse. Las dos eran, más que her- manas por el parentesco, gemelas por la virtud. Sor Francisca era una verda- dera esposa de Jesucristo; Carmen era una verdadera esposa en Jesucristo. Se- mejaban dos ángeles enviados por el mismo Señor para completar una misión, Re he ió E] eS 9 ca
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