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56 Equivocación... En tan supremo instante á Sor Francisca se le partía el cora- zón en mil pedazos. Su valor era menos, y sombrío y triste, como esas tempestades que no acaban de resolverse en lluvia. Un gemi- do sordo se escapó de su pecho; miró á su madre de cerca... sus rodillas temblaban y cayó de hinojos.—¡¡Hija mia!!... ¡¡Madre mía!! Abrazadas, la separación era dolorosa. Hubo un momento de vacilación é indescriptible angustia. Su mamá no había podido concluir uuna frase que le decía al oído. El coro cantaba entonces patente con nutridisimas voces..« Audi filia oblivis cera populum tuum et donum patris tui et concupiscet Rex decorem tuum. Oye, hija..... Olvida á tu pueblo y á la ca- sa de tu padre, y aparecerás tan agraciada que el Rey del cielo codiciará tu hermosura.» Martina y Raquel, viendo aquel estrechiísimo abrazo que debía acabar por la separación de toda la vida, movidas ellas por una ins- piración de horror,se abrazaron fuertemente como si temiesen queel | cuchillo cruel del papismo viniese á romper el lazo de unión y amor entre madre é hija. Ni el cielo ni el infierno las separaría á ellas. Sin embargo esta escena de Martina y Raquel, pasaba desaper- cibida como la cosa más vulgar; la de Isabel y Jacinta arrasaba en lágrimas los ojos de todos los circunstantes. Por no prolongar aquel momento de verdadera angustia y do- lor, dejando á su madre con los brazos abiertos, se levantó, y fué despidiéndose de toda su familia, y una á una de todas las damas que le habian acompañado en la corte de París. Por fin, parecia que aquel era el último tránsito de una vida á otra vida, el adiós definitivo de un mundo á otro mundo, el abandono absoluto y com- pleto de la sociedad que aún pensaba recobrarla, y la exaltación á otra sociedad donde el dolor es el mayor timbre, la mejor prenda del alma, donde se mide la vida no por los años, sólo por las buenas obras. En un momento terrible, el recuerdo del mundo que dejaba apareció todo como en un punto al corazón y á los ojos de Sor Francisca. Cuando llegaba en su despedida al grupo donde estaban E sus elegantes amigos, salió de entre ellos un hermosisimo joven, tan noble como rico, que quiso decirle: ¿Por fin adiós para siempre?... y no tuvo aliento. Las palabras se le quedaron dibujadas en los labios, apagadas en la boca abierta.
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