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Novela histórica 55 Aunque unas aparecen más lujosas, las otras llevan circundada su frente con una aureola más preciada, más luminosa que todos los brillantes. Todos, en medio de sus lágrimas, se entregan á pro- fundas meditaciones. Aquella mujer, á quien la naturaleza elevara á reina de la belleza para ser admirada, la Divina Providencia, la elegía hermana de la caridad para ser más de una vez despre- ciada, Muchas, la mayor parte de aquellas damas, no pueden com- prender ni explicarse el sacrificio de Sor Francisca. Una mujer que abandona ricos brocados por su sayal, los salones por los hos- pitales, y todo en la primavera de su juventud; á la mayor parte de aquella frívola gente de corte le parecía asunto más para una novela que para la vida real. Sor Francisca es el único ser que no se maravilla. No mira atrás para comparar y decir que muchas quisieran lo que ella deja, sino que la han precedido Princesas y Reinas. Así, su acción le parece tan natural, que nada le extraña, ni siquiera considera grande el trance heroico en que para los demás se encuentra. Vaá abrazarse á la cruz, á seguirla en el mundo. Desde lo alto de la cruz sabe que puede, transformada, bendecida, levan- tarse de la tierra y como alado Serafín volar á los cielos. Así, Sor Francisca no miraba, ni aquellas cabezas que se apiñaban para contemplarla, ni aquellos preparativos, ni el mundo que tras de sí iba ya definitivamente á dejar. Sólo miraba con verdadero entu- siasmo aquellas sus hermanas ya profesas, sencillamente religio- sas, con las señales de su martirio, de sus luchas, de sus sacrificios en la frente, como estrellas que llaman nuestra atención hacia la eternidad. Sus amigas del alma la miraban apenadas, y en algunos instan- tes sentía abandonarlas. Más cuando algún asomo de duda ó incer- tidumbre pasaba por su ánimo, volvía los ojos á sus hermanas, á sus compañeras en el sacrificio, y sentía un nuevo aliento en su pecho, una nueva y más espléndida inspiración en su conciencia. Llegó el momento de ir á despedirse de su amada madre, que allí estaba ocupando un lugar preferente en el presbiterio, acom- pañada de sus dos nietecitos Angelito y Pepe, y de sus hijos Angel y Dámaso. Estos salieron al encuentro de su hermana para darle las manos y acompañarla.

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