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Novela histórica 53 puerta de la iglesia, que iba alli 4 verá la mujer extraordinaria, de aquel espectáculo, aprendíia en realidad una enseñanza moral mucho más alta y provechosa que las pláticas de muchos libros y buenos sermones. No hay ideal de virtud tan bello como el que ven los ojos; no hay enseñanza tan grande como la enseñanza práctica. Asi el ser virtuoso es al mismo tigmpo la idea y el hecho, la lección y el ejemplo, la teoría y la práctica, la enseñanza y el modelo, la voz que excita la virtud y la fuerza que separa los grandes obs- táculos de que el camino de la virtud se halla sembrado, mostrando en la hermosura de su vida y en la grandeza de su alma nortes á do convertir la mirada en las grandes tempestades y en los amar- gos trances á que está sujeta nuestra dolorosa existencia. Por eso aquella mujer iba á presentarse en esta ocasión tan grande, y nin- guno de sus triunfos igualaba á ese triunfo, y ninguna de sus glorias igualaba á esa gloria; porque la gloria más pura y el brillo más luminoso es el que hermosea nuestra vida. El objeto más bello á que podemos consagrarnos es á iluminar y enriquecer con la vir- tud nuestra alma. Así lo comprendía la heroina, protagonista de la fiesta. Había comparado lo que era una dama cuajada de bri- llantes por fuera, como muchas, llevando dentro por alma un car- bón negro, encendido en pasiones; y ella quería convertir en virtudes sus diamantes y así engarzarlos en la rica joya de su alma. El camino de la virtud mediana está sembrado de espinas, el de la virtud heroica está sembrado de flores. La tranquilidad del alma, la luz en la conciencia, la esperanza en el corazón, son dones riquísimos del cielo, dones que no sabemos apreciar en todo su valor porque no los conocemos, y no los conocemos porque no queremos disfrutarlos sino á medias, completándolos con el mundo, el demonio y la carne. Ya toda la gente estaba dentro. Martina, por un movimiento de natural curiosidad, se asomó á la puerta y quedó deslumbrada. Le parecía que no podía ofrecer mejor golpe de vista la coronación imperial de su Rey Guillermo en Versalles, en Berlín, ó donde fuese. No sabía ella de qué se trataba allí, pero quería saberlo. Behring y el General ocupaban ya el coche para volver á la Capitanía, y les dijo que si no querían entrar, la es- perasen. Ellos quedaron quietos siguiendo su conversación. Avisó 4 Raquel que ocupaba el otro coche con su papá que viniese un momento para ver, que era aquello un teatro espléndido. Raquel,

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