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QU Ra Ga y ny EY o— e CAPÍTULO IV Un abrazo amorosísimo que quiere ser indisoluble y otro cruel que une más ! YA en la puerta del hospital notaron un movimiento inu- A sitado. Era una hermosisima tarde de sol muy agrada- ble. En la contigua puerta que era de la espaciosa igle- sia del hospital, se agolpaba una multitud de gentes de todas las clases de la sociedad. Sin duda aguardaban un extraordinario acontecimiento. Muchos viajeros que llegaban del tren, y muchos coches con escudos denunciando nobles, llenaban las avenidas, mostrando con su lujo y con sus preseas que las más altas clases de la sociedad se interesaban principalmente en alguna religiosa ceremonia. La curiosidad se pintaba en todos los semblantes, afec- to que se traslucía y transparentaba de una manera admirable. Y en verdad el acontecimiento no era para menos. La mujer cuya hermosura, talento y gracia, había sido la delicia de la corte de la Emperatriz Eugenia y Napoleón, y siempre la reina de la moda, por su originalidad y buen gusto, había menospreciado sus triun- fos, había desoído sus merecidos aplausos, había roto con sus ma- nos las refulgentes coronas que le ofrecieron sus muchos y grandes adoradores, y se abrazaba á la cruz y hacía el gran sacrificio de condenarse á arrastrar su gloriosa vida por los hospitales, por los campos de batalla, por las chozas de los miserables, por todos los tristes hogares donde llora y sufre y calla la afligida humanidad; por donde quiera, en fin, que la envíase, acaso una Superiora hu-
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