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£XK Apéndice signos maléficos ó bien por objeto». Sería merecedor, por lo tanto, de ser gravemente censurado de temerario, quien la pusiera en duda. Pero la certeza de tal doctrina, no debe llevarnos á creer que este trabajo diabólico sea independiente de la divina Providencia. Es claro que el ángel rebelde y sus secuaces nada pueden sin la permisión divina, la cual no se concede sino cuando y como Dios cree que debe servirse de ella para sus muy santos fines. Sólo Dios sabe cuantas tentativas del comercio diabólico resultan ineficaces, porque las inutiliza el Padre amoroso de las criaturas humanas. Sin embargo no hay duda que Dios permite otras veces que la in- tervención diabólica tenga su efecto como castigo de quien la pro- voca. Otras veces es el mismo demonio quien rehusa el comercio diabólico, porque en su soberbia exige absoluta y única adora- ción, y la criatura humana no ha llegado aún á ese grado de per - versidad. No de todos los hombres y mujeres espera por igual el diablo, Con algunos se presenta personal y amigablemente, con otros se hace el sordo (1) muchas veces, porque no son tan malos como ellos creen. Muchas personas se desesperan porque ni el de- monio les hace caso, estando como están á juicio suyo, dispuestas á todo, con tal que se les ayude en sus malvados intentos. Dios lo contiene, ó el demonio conoce mejor que ellas que bas- taría poco para que le burlasen, volviéndose arrepentidas. Ev vez de volverse á Dios esas personas porque ha impedido su ruina cuan- do se empeñaban en precipitarse, siguen desesperándose, hacién- dose más gratas al demonio, y preparándose para ser su codiciada presa. Á pesar del hambre rabiosa que de adoración tiene el dia- blo, no rehusa el trato familiar, y descender á recrearse en las más bajas obscenidades, puesto que en ellas se ofende á Dios. La Santa Iglesia le llama en el Ritual, «inventor de toda obsce- nidad», la sagrada Escritura le llama por antonomasia el espíritu inmundo, título con que fué solemnemente calificado por Jesucris- to. Los mismos espiritistas se avergienzan muchas veces, y entre ellos su gran patriarca Allan Kardee, todos confiesan que muchos espíritus, son asquerosamente obscenos en su trato y conversacio- nes, excitando y provocando á toda deshonestidad. Otro carácter (1) ¿Qué harán en tal caso los operadores? Suplen entonces con la presti- digitación para no menoscabar el prestigio, y... los intereses,

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