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A S 46 Equivocación... soldados con asco y repugnancia, el bajo concepto que le merecían aquellas despreciables papistas ocupadas en ministerios tan viles; y luego, una salita más adelante, la envidia y celos que le causa- ban aquellas papistas que cuidaban á Orlando día y noche. ¡Ah!.. Ella se sentía con bastante abnegación para quedarse alli con él y cuidarle aunque fuese cambiando sus encajes imperiales por aquel feo delantal y aquel grotesco trapo de la toca. Pensó que aquellas papistas no eran ricas, ni dignas, ni nobles para tener la honra de cuidar á Orlando; pero no pensó que para aquellas papistas la asistencia, las heridas, y los ácidos tenían iguales molestias en los coroneles, ó mayores que en los soldados. La oportuna llegada é intervención del Dr. Behring evitó que un día dijese una inconve- niencia á Sor Francisca de Sales. Pero aún cuando se le quedó dentro, no fué para mucho tiempo y en cuanto llegó á la Capitanía dijo á su mamá: que aquellas des- preciables papistas podían tenerse por felices en cuidar de Orlando. Martina creyó en los celos que inspiraba aquella observación, ofensiva si no pueril, y se apresuró á contestarle: que era aquella infelicidad negativa para ella porque no podía dedicarse á lo que quería; pero que no envidiase á las papistas, pues no era aquelli una felicidad positiva para ellas, puesto que no lo hacian por amor, sino forzosamente para ganarse la vida. —¿Y cuánto tiempo ha de estar todavía Orlando en el hospital entre ellas? ¿No podíamos darles el salario de todos esos días ó | meses y traerle para cuidarle nosotras en palacio? Otra vez Martina salióle al encuentro de las afecciones amoro- sas que le invadían el juicio. Y como no quería disgustarla, sino llenarla de esperanzas, le contestó, que pronto hablaría con el * Dr. Behring á fin de que él mismo indicase su traslado. Pero ya ves, hija mía, que esto ni puede ser luego, porque Orlando no esta- rá en disposición de levantarse, ni puede ser aquí, porque estarías en el mismo caso. ¿Quién había de enidarle mejor? Nosotros hemos cumplido ya la semana, y estamos faltando hace días con el enfer- mo que dejamos en casa. Creo que el General, por consideraciones á tí, no nos indica el regreso; pero me habla de su cuñado Klops- toch, y conozco que tiene su corazón en el hospital y su concien- cia en Berlín. Conviene, pues, te prepares á despedirte porque pron- to determinaremos la partida, si ya antes no nos llaman con urgen-

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