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bj za El E E 534 Historia de una Cubana uno en su casa. Así Orlando no tenía ocasión de renovar su dolor por la muerte de su papá, escuchando continuamente que él había sido la verdadera causa. Orlando deseaba y temía al mismo tiempo que llegase el mo- mento para Raquel, porque veía ya otro disgusto para Martina. Esta tenía ya arreglado con su hija Raquel como la cosa más en derecho, ser madrina, y el papista no había de consentirlo. Vino al mundo un niño preciosísimo. ¿Cómo se había de llamar? Pues claro está que Martín. Ella, su papá, el gran reformador, Martín y nada más. Tenía ella en reverencia, no al santo que lleno de virtudes rasgara su capa para cubrir la desnudez del pobre, sino al primer protestante que lleno de vicios rasgó la túnica de la Igle- sia católica dejando el infeliz bien al descubierto la desnudez de su lujuria y soberbia propia. Orlando hubiera querido llamarle Pio, León, por amor entra- ñable al Venerable Pontífice, y por recuerdo además de su padre; pero no tuvo inconveniente en ceder lo que pudo, ya que no debía ceder en admitir fuese bautizado su hijo en el rito protestante para " que pudiese ser madrina la abuelita con Bamberg. En el rito cató- lico no hubiera sido recibida la hereje ni aceptado el infiel para padrinos. Esto llenó la medida de Martina, y se retiró del Klops- toch jurando que no pondría más los pies en él. Cuando su hija quisiera verla, ya sabía donde estaba el Bamberg. No quería ya nada con su hijo, ni con su nieto, que con el tiempo aún resultaría peor, según aquello de Mateo el capítulo 23, versículo 15, del pro- selitismo, el convertido peor que el apóstol. La fanática abuela no tuvo tiempo de comprobar si el nieto era mejor ó peor que el yerno, su disparatada profecía apoyada en sus mal interpretadas palabras de la Escritura. Un año apenas había cumplido Martinito cuando la archimillonaria entraba en la agonía con todo conocimiento. Allí estaba Raquel asistiéndole. Orlando tenía en absoluto prohibida la entrada, A petición de la enferma fué llamado, después de testar, el Venerable Weigand, Pastor de Berlín. La enfermedad de Martina era epidémica y en extremo contagiosa. Cuando avisaron al Venerable que Martina quería tenerle á su cabecera en los últimos momentos, éste preguntó algo contrariado: ¿pero ha muerto ya?--No. —Entonces no hay prisa.— Es que para cuando lleguemos acaso...

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