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Novela histórica cido no puedo menos de compadecerte. ¿Qué de otra cosa te podía suceder con un papista? Pero al fin, Martina era mujer de excelente sentido práctico, y se guardó bien de escribir ni de ir á decir nada á su hija. Obser- varía, sí, que madre era, y en todo caso, hablaría á solas con Or- lando, pero habia hecho la firme resolución de no inquietar á Ra- quel ni con sospechas, cuanto menos con aquellos documentos fehacientes. Y esto aún cuando estuviese bien, mucho menos lle- vando tan adelantada su gestación. Palmira desesperaba horriblemente por no ver ni fuego ni hu- mo del gran incendio infernal que había querido producir. Su ex- quisita sensibilidad la tenía en un estado violento de irritación. Iscenas nada agradables se sucedían en el seno de la familia con el joven Duque. Este se excusaba siempre de enviar ya tarjetas de invitación para nada á Orlando, porque ó no las contestaba siquie- ra, ó lo hacía con evasivas corteses. Los sufrimientos y las impresiones del espiritismo dejaron á la Duquesa en estado verdaderamente lastimoso, y quedó completa- mente epiléptica. Behring anunció el próximo alumbramiento de Raquel, y Or- lando avisó á Martina. La dama no salía ya de casa hacía muchos meses. Desde la muerte del General estaba minada su existencia. Comía poco, dormía mal, y continuamente se la sorprendía lloran- do. Semanas:enteras se pasaba sin levantarse de la cama. Triste, sola mayorinente desde que Orlando había cometido el pecado im- perdonable de poner capilla papista en casa, para que ella no fuese. Sus hijos la visitaban, pero también aclaraban las visitas, pues Raquel no tenia ningún gusto de oir á su mamá siempre con los mismos insultos, llamándole á su esposo sepulcro blanqueado, como decía Mateo, en el versículo 27 del capítulo 21, que se ven: día justo y estaba interiormente lleno de hipocresía, como decía el mismo Mateo en el gapítulo 28, que era un fermento que corrompe- ría toda la masa de la familia Bamberg-Klopstoch, cumpliéndose una vez más la palabra de Pablo en su primera carta á los corin- tios, capítulo 5.”, versículo 6.”. El yerno, nuevo Job, tenía toda la resignación de aquella está- tua de Idumea labrada por Dios á la paciencia, pero las visitas acababan siempre de mal humor. Estaban más tranquilos cada ARMRITUAAA proa es
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