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Novela histórica 531 Orlandito, y Waldersee lo besaba. Sin embargo, no era para el niño aquella maldición. Un día hizo desesperar al fotógrafo. Jamás sacaba el retrato del niño á su gusto. Era inútil le dijesen que esta: ba muy bien. Ella se irritaba contra todos. Hubiera querido que el hijo en su tierna edad expresara ya perfectamente todas las fac- ciones hermosísimas de su verdadero padre, para que Raquel no tuviese duda. Nunca salía el retrato como ella lo concebía en su mente; por eso no quiso ninguno, pero Waldersee los guardó como la cosa mejor hecha. Raquel solía recibir algunas cartas de sus papás; sobre todo de su mamá, desde que Martina se había retirado del Klopstoch por causa del oratorio. En todas le decía á su hija que la veía en gran peligro de perder la fe pura, y que antes la quisiera muerta que contagiada del papismo. Que no asistiese nunca á la profanación y comedia que deshonraba el grandioso sacrificio del Gólgota. Asi llamaba y calificaba Martina al santo sacrificio de la misa. Come- dia y profanación. No era éste, con todo, el correo que más apu- raba á Orlando. Temía verdaderamente que llegase á manos de Raquel letra alguna de Palmira, por correo ordinario, ó secreto. Asi es que vivía en ascuas. Nada le importaba recibir él citas, lla- mamientos, injurias, amenazas. Todo iba al cesto sin abrir si cono- cía la letra, ó desde la primera palabra si la carta traía letra des- conocida. Había dado órdenes terminantes á todo el servicio prohibiendo entregar á la señora escrito alguno sino en su presen- cia, para evitar así, —decía é]—cualquier disgusto que pudiera tener en su delicado estado. Si alguna vez salía de casa, recordaba y con más rigor el precepto, por prescripción de Behring, decía él. Dirigido á Raquel se recibió un certificado. Orlando lo vió, firmó en nombre de su esposa, y lo entregó á ésta. Raquel fué la primera sorprendida. Abrió la carta, no la leyó, rogó á Orlando se enterara, y éste le dijo luego por toda satisfacción: nada, fieles amigas tuyas hacen votos por tu feliz alumbramiento. Raquel no insistió. Había recibido ya alguna otra carta en ese sentido. Or- lando estaba á la mira, y si Raquel intentara leer por sí misma, se lo hubiera prohibido hasta arrebatándole la carta de las manos luego de abierta. El certificado era de Palmira, y decía: «Señora Raquel Bamberg de Hereford: Mi buena amiga. Me veo en la precisión de confirmar cuantas sospechas fundadas conce- id irrita

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