BCCPAM000521-3-32000000000000

580 Historia de una Cubana horribles y variadas amenazas. Pero ella acudía al medium Ekio cada vez con más fe y con más afán. ¿Qué puedo hacer? preguntó desesperada. Y Ekio le respondió, que necesitaba saber cuál era la pasión dominante de Orlando. No losé—contestó Palmira.—An- tes le dominaba yo. No creo que ahora le domine su mujer. Es pa- pista, y me parece que á su error lo sacrificaría todo lo que le es- tuviese prohibido. el E El medium y la aparición fantástica le aconsejaron hacer cuan- to él hiciese como papista, y no ceder sino á condición de que él cediese. Orlando no iba ya á casa del enfermo, y 8e había entendido con el Rvdo. Weimar para entregar las limosnas semanales y que otro las llevase á domicilio; pero cuando vió que Palmira no sólo con- fesaba y comulgaba con horribles sacrilegios, sino que amenazaba seguir así mientras él no cediese, se retiró completamente de la parroquia y de toda capilia, arreglando antes un oratorio privado en Casa. Esto fué motivo de soberano disgusto tanto para Raquel como para la amable mamá suegra, que juró no poner los pies ya en el Klopstoch mientras no desapareciese aquella ofensa, aquella pro- fanación, aquel reto á los sentimientos de todos los parientes ac- tuales y antepasados. Orlando no hizo caso, y siguió en su oratorio oyendo misa, confesando y comulgando, y sobre todo evitando los sacrilegios que por causa y ocasión de él hacía Palmira. Esta infe- liz mujer pasó dos meses recorriendo las pocas iglesias católicas que había en Berlín. Mañanas, tardes, días enteros, cada vez más frenética, cada más nerviosa y más loca, de su casa descuidada, de su esposo olvidada, y sin conseguir ver á Orlando por ninguna parte. Despreció á Ekio, y quiso ella misma prestarse como me- dium. Ekio le había costado ya sumas bien considerables. El médi- co de familia no atinaba con la causa de aquel temple irascible tan distinto de la idiosincrasia de la Duquesa. Waldersee le propo- nia baños, aires, campo. Todo era igualmente rechazado, y el mé- dico advertía ya los primeros síntomas de la epilepsia. No tar- darían en manifestarse los efectos de aquellas sesiones espiritistas que naturalmente la habían impresionado. Alguna vez en la mesa como preocupada consigo misma, lanzaba una maldición inespera- da contra Orlando pronunciando su nombre. El aya arrullaba á es A PITO A AS, ES

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz