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o DA An RE A E tte pa EA A to RARE o 3 1] EA Historia de una Cubana entonces cuando después de varias sesiones con el medium Ekio, se determinó á comunicar á Orlando que hablaba consu papá, y que le prometía presentárselo si él también quería hablarle y saber de él alguna cosa. Gracias á la intervención de Weimar, tampoco esta vez cayó en el lazo. Las amenazas de la carta, de inquietar- le el matrimonio infundiendo celos infernales en Raquel, no pare- ce que las cumpliese Palmira. Todo estaba en paz. Pero el infier- no lo tenía dentro la Duquesa, y era imposible que sus negras lla- mas abrasando dentro no tiznasen fuera. Orlando visitaba por la noche algunas veces al enfermo inválido que el Rector Weimar le había señalado. Jamás Raquel sospechó mal de aquellas salidas nocturnas después de la cena. No se prolongaban nunca de media hora las ausencias, y al salir decía siempre: voy á mi pobrecito. Raquel podía enterarse por el cochero, si hubiera querido, del punto á donde invariablemente iba Orlando. Si esto lo llevaba bien ó mal Raquel, era cosa que ignoraba Palmira, pero mujer de palabra, luego que supo las entradas y salidas de Orlando en aque- lla mísera casa, pensó en la intriga, y en cumplir sus amenazas, ¿Qué fin le llevaba allí? ¿Habría en la casa algo, no que á ella le hiciese sospechar de Orlando, sino que le sirviese para avisar á Raquel é intranquilizarla? Procuró, pues, enterarse de qué había allí, quién vivía, á qué entraba con frecuencia, casi tres días por semana, Orlando solo. Cuando supo que adonde Orlando entraba era un pisito donde vivia una mujer pobrísima con tres niños, cuyo padre enfermo era un obrero católico arrojado de una fábrica por inservible, y que ningún subsidio recibía del patrón, protestante, cambió de pensamiento y fraguó otro plan. Si le salía mal, su fu- ror no reconocería ya límites, divinos ni humanos. Un día se pre- sentó ella misma como bienhechora en la casa del enfermo. Su ca- ridad, de palabra y obra fué espléndida. ¡Oh! el silencio ante todo, y su nombre nunca. Aquella noche no fué Orlando. No importaba; se detendría más hablando de él. No había de cansarse en vano. Si no iba una no- che iría otra. Y fué Orlando á la siguiente, y exigió ella ser reti- rada á otra habitación tan pronto advirtiesen la llegada. Desde la pieza contigua, que era el dormitorio de los niños, pudo Palmira ver de cerca, y escuchar todas las palabras que Orlando dirigía al enfermo. ¿Saldría de allí para verse con él cara á cara? ¿lo lla-
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