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Novela histórica 45 —Mamá..... Martina. La pobre señora no pudo más. Al ver aquel cuadro, y oir al herido que con dificultad hablaba, sin pronunciar palabra se cu- brió los ojos recostándose á los pies de la cama, temiendo más por su hija. Raquel entraba apoyada en el brazo de su padre. No tenía aliento ni para respirar. El herido, al verla, le dirigió una mirada llena de ternura con sonrisa plácida; y guardándose para sí con toda delicadeza el acostumbrado «hermana» sólo le dijo: «Raquel, Raquel». Y luego buscaba con sus ojos algo más entre la familia. Algo que apareció en la puerta queriendo ser sereno y sonriente y era sólo una estatua y la expresión del más profundo y resigna- do dolor. A Orlando se le extinguió en los labios el segundo pá..... moviendo la cabeza y cerrando los ojos, llorando de alegria y de aflicción. Su papá le echó los brazos, él quiso y no pudo correspon- der. ¡Ah! Raquel notó entonces que tenía un brazo inmóvil; que le faltaba una mano. Behring vió que era por demás comprometido y peligroso prolongar aquella escena de llanto. Quiso retirar pri- mero al padre, y el padre creía que obedecía llevándose abrazado Por una hora larga dió rienda suelta á su dolor en la sala reci- bidor recordando tan desfigurado aquel arrogante joven de todos tan querido, de todos y en todos los salones admirado, y que pare- cía ahora entre tanto vendaje un Lázaro desenterrado. A pesar de las primeras peligrosísimas emociones, á Orlando le hizo bien la visita de la familia. Su espíritu se reanimó, y em- pezó á mejorar lenta, pero visiblemente. Las visitas, á partir de ese día, fueron frecuentes. Uno ú otro, ó todos juntos, estaban siempre animando y distra- yendo gratamente al herido; y á fuer de los extraordinarios cui- dados del Dr. Behring, que nada costoso omitía, Orlando á los diez días estaba completamente fuera de cuidado, aunque debía guar- dar cama mucho tiempo todavía. Quien más menudeaba las visitas y las alargaba más era sin disputa Raquel. Por supuesto, sin darse cuenta que estaba siempre dominada, dentro y fuera del hospital, por dos sentimientos bien opuestos que había experimentado ya en su primera visita al esta- blecimiento: Eran éstos, primero, al pasar la sala grande de los

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