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Novela histórica 523 monio un rival de Dios, no; no llega á tanto. Es simplemente un castigado con todo el rigor de la divina justicia. Rival es del hom- bre, á quien no perdonará jamás haber sido objeto de la divina mi- sericordia, siéndolo él sólo de la justicia. Y mientras el hombre sea viador con un pie en el estribo del cielo y otro en el estribo del in- fierno, no dormirá el espiritu infernal, no descansará hasta fasci- nar al hombre en el escenario mágico con todas sus apariencias. No se conforma en que el hombre sea más que él por gracia, sien- do menos por naturaleza. Dios, por su rebelión, le cambió el gozo en tormento, dejándole cuanto poder compete á un ángel, pero no tenía, ni tiene, ni tendrá dominio sobre los predestinados del cielo ni sobre los precitos del infierno, para hacerles aparecer ó desapa- recer á su gusto y por sus fines. Puede él aparentar cuanto quiera y engañar á quien se deje. Ese es su oficio, lo ha ejercido siempre, y tiene muchos años de experiencia; pero de la apariencia á la realidad, hay un abismo, hay más que de la tierra al cielo. Puede, pues, el fotógrafo presentar un perfecto retrato, pero traer á nues- tra presencia la misma persona... no está en su potestad. No os di- go más. Y tampoco pregunto á S. S. si la persona que por tan re- probados medios ha visto á vuestro papá, ha buscado en eso el amor de Dios, el desprecio del mundo, la renuncia del demonio y de la carne y ser más pura en las costumbres. Esta salida de tono hizo en Orlarido más mella que todo cuanto el Reverendo Weimar llevaba dicho. Precisamente él se temía, en medio de su deseo, si no había ofensa á Dios, si aquello sería un medio que Palmira buscaba para avistarse siquiera una vez con él, ya que cumplía su palabra de no escribir ni contestar. —Padre Weimar—contestó por fin Orlando—supongo no me hará la ofensa de creer que yo desease ver ni oir tal cosa. Quise sí enterarme hasta dónde eso podía ser verdad, y si me sería lícito presenciarlo sin ofensa de Dios. Ya estoy convencido de todo, y nada más quiero, ni aun leer ya deseo. —Lo único que en eso podíais buscar era el provecho, no vues- tro, que sabéis por qué medios se encuentra, sino el de vuestro papá. De lo contrario, eso sería una curiosidad... pueril, si no fuese peca- minosa y escandalosa. Pues bien, el provecho de vuestro papá es- tá en que no turbéis su paz ni lo hagáis pasar, su nombre por lo menos, por los embelecos de esas personas de mal vivir. Creed que
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