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a ¿DN A ¿AN in ne e e O 0 M EIN dt A O 522 Historia de una Cubana ría, es tan fácil al diablo reproducir un cuerpo aéreo, luminoso, color rosado, color de carne, y con todas las señas particulares, como al fotógrafo reproducir lo que tiene delante. ¿Acaso el dia- blo no ha conocido á su papá? ¿No conoce á Su-Señoria? ¿no me co- noce á mí? ¿puede confundirnos á uno con otro? El diablo es histo- riador, pero no profeta; sabe todo lo pasado, pero nada de lo fu- turo cual lo haría un Profeta. Ni siquiera de lo presente sabe todo. El no sabe ni puede penetrar en nuestro pensamiento, menos en el santuario de nuestra conciencia, que Dios se ha reservado para sí, y está exclusivamente á nuestra disposición guardar el secreto Ó revelarlo á quien nos plazca. Y cuanto menos que el diablo pueden penetrar nuestro interior los saca cuartos, los que tan pomposamen- te se arrogan la virtud de adivinar el porvenir ó nuestro actual pensamiento. Conoce, sí, el demonio, toda nuestra persona exte- rior, todos nuestros hechos, todas nuestras inclinaciones, pasiones y satisfacciones. De ahí deduce lo que haremos, empujando él aún más nuestras pasiones dominantes, aunque muchas veces con la gracia divina le chasqueamos, le burlamos y vencemos, vencién- donos á nosotros mismos, evitando las ofensas de Dios que á gusto suyo y nuestro haríamos. Reproducir el mismo rostro, la misma voz, el mismo uniforme, es tan fácil al ángel de las tinieblas como á él mismo aparecer más brillante que el sol, siquiera el brillo sea fuego en que se abrasa. Está eso tan en su natural potestad como producir música agradable ú horrisona á los espectadores, como iluminar ó entenebrecer una sala, hacer escribir á una pluma ata- da á la pata de una mesa, y á la misma pata de la mesa sin plu- ma, y hacer rodar los muebles, y que vuelen por los aires, y que las personas se recreen, se alegren, tiemblen ó se desmayen, Ó se admiren de oir hablar griego, inglés, latín, á qdien sólo, antes y luego después, supo hablar vasco. ¿Cómo quiere, señoría, que te- niendo el ángel esa nativa potencia de simular milagros, tan na- turalmente como sólo Dios tiene el poder de verdaderamente ha- cerlos, y teniendo esa potencia desde el principio del mundo y aún después de su caída por querer ser adorado al igual de Dios, cómo quiere que tenga inactiva su virtud, si sólo con ponerla en juego roba á Dios para sí las adoraciones de los hombres incautos? A él no le cuesta nada, y todo lo pondria en acción sólo porque un hombre dé la espalda á Dios dándole á él rostro. No es el de-
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