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Novela histórica 517 El no se había cuidado jamás de esas supercherías y embelecos de adivinas ni espiritistas. Con esta carta le entró un verdadero afán de averiguar si verdaderamente podía él ver á su papá y oir de él las causas de su muerte, ó cualquier disposición que quisiera indi- sarle. Pensó desde luego comprar alguna obra que exprofeso tra- tase de espiritismo, pero temió engañarse dejándose llevar de su excitación. ¡Cuánto había oido él hablar de esas reincarnaciones y apariciones de personas ya difuntas. Pero ahora se le presentaba un caso más concreto, más interesante, que vivamente le afectaba y era cosa digna de estudiarse. Con ánimo de acercarse á una li- brería salió del Klopstoch, pero en vez de encaminarse á ella di- rectamente, entró primero en otra casa para hacer un ofrecimiento de su dinero y persona. Ya en su conciencia faltaba retardando esta diligencia. Saludó cariñoso al Cura párroco, y le dijo contase también con él para el socorro y alivio de los hospitales y asilos de huérfanos, y si le consideraba digno de entrar en las conferencias para llevar el consuelo á domicilio, que también estaba pronto. —Gracias, Coronel. Tendré el honor de presentaros al Presi- dente, 6 á la Junta, y vuestros servicios ofrecidos para los pobres serán aceptados. —Viviré agradecido. Alguna grave preocupación notaba el Rvdo. Dr. Weimar, y también Orlando sospechaba que era conocido. Con la confianza que le daba haherle casado y ser su confesor, le preguntó si sufría alguna pena, ó alguna ansiedad de espíritu, duda en la fe, etc. —Nada, nada de eso. Pero tengo zozobra en un deseo que me agita y perturba hace algún día. Quisiera estar enterado de todo lo que respecta al espiritismo, y he salido de casa con propósi- to de hacerme con una obra que trate de eso. V. Rvdo. P. Weimar, sabe que nada malo me mueve á ello. ¿Puedo yo instruirme á fondo en la materia? —¿Por qué no? Hijos dustrados quiere la Iglesia, porque es ba, primera que aborrece las tinieblas, y quisiera que cada fiel fuese un Salomón, y hablando más cristianamente, un Agustín, un 'To- más de Aquino, una Catalina de Sena ó Teresa de Jesús. Debéis evitar, por supuesto, tomar el error dogmático como verdad in- concusa, y guardaos de tomar como maestro al Angel de las tinie-
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