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di Equivocación... q como dando gracias. A Raquel le pareció que aquella papista era excesivamente fea, y negra, y tonta; y al pasar por su lado no se dignó mirarla, sino que ladeó la vista. Pero á ella qué le importaba que la mirase ó nó la señorita, si se le reía el alma de gozo gl ver que sus pobrecitos enfermos reci- bían para cigarros, y para hacer escribir á su madre que viniese á verles, que estaban allí heridos. Porque ellos también tenían madre aunque eran pobres y no estaban en distinguidos. Martina deseaba y temía concluir luego la sala. Su corazón latía con violencia á medida que se acercaba al departamento de distinguidos. Estaba ya angustiada y veía que su hija no podía más con aquellos ayes y gemidos. Llevaban ya atravesado en sus oídos, en su corazón y en su alma, aquel repetido... ¡Ay madre mía! lleno de aflicción, que unos decían en francés, otros en alemán, pero que todos decían lo mismo. ¡Ay madre mia! con más ó menos intensión de su dolor, con más ó menos esperanza de que llegase á tiempo para verla y cerrar los ojos confundiendo sus lágrimas, abrazos y besos. —Ahora Orlando... dijo Behring deteniéndoles ante una puerta. Martina, Raquel y el mismo General, que habían llorado ya por la sala queriéndose contener, pero sin poderlo remediar, al oir á Behring que la puerta inmediata al recibidor en que estaban era de la pieza de Orlando y que cerca tenía la cama, sus comprimi- das lágrimas «corrieron sin cesar. —Lloren aquí y desahoguénse, porque no quiero que entren á dar aflicción llorando. Quiero que entren con toda serenidad, y que estén poco tiempo. El General se reprimía hasta hacer violencia al corazón; pero conocía que ya no le cabía en el pecho, que no podía más, que le abandonaban las fuerzas. Orlando sentía la proximidad de la familia por algún suspiro mal reprimido que hasta él llegaba. En-aquel momento Sor Fran- cisca de Sales le sostenía con su brazo la cabeza, mientras que otra hermana le alimentaba llevándole á la boca cucharaditas de caldo. Martina entró primero, con las mejillas escaldadas y brillantes de tanto regarlas y secarlas; pero violentándose por aparecer serena.

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