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| ' Novela histórica 515 0 que le hizo sangrar años hasta que la gracia cicatrizó la herida. e El lo vió desde el primer momento como la voluntad expresa de il qt su padre sin más explicación; y cuanto más leía las cartas y la contestación, más confuso se encontraba de todo aquello, pero siempre quedaba á flote, en aquel maremagnum de ideas, el deseo de su padre que él tomaba como precepto, por su gran respeto y reverencia. La gracia finalmente triunfó en él después de haberse sentido desfallecer y agonizar muchas veces por las horribles luchas sostenidas entre el espíritu y la carne. No fué la menor dificultad aquella hechicera Palmira que tan completamente le cautivaba, y que le desgarraba el alma sólo pensar en dejarla. Más, sin embar- go, le había de hacer sufrir después; cuando la viese cometer ho- rribles sacrilegios por causa de él, sin él poder remediar nada. Al final de la primera parte los dejamos á los dos en las gradas del comulgatorio, donde ambos habían recibido el verdadero cuerpo y sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, con bien distintos fines y disposiciones. Orlando se retiró de allí aquel día asustado, extrañadísimo, como ella se había retirado de la boda extrañadísima, y resuelta á cercarle por todas partes y con toda clase de armas. A medida que su Orlandito crecía, era mayor el parecido perfecto con Orlando; y mayor si cabe el frenesí de Pal- mira por su antiguo adorado amante. Nada diremos de su frial- dad y despego hacia su esposo el Duque Waldersee. Parecia que él se empeñaba en amarla más cuanto más indiferente la veía, y que ella despreciaba por duplicado las duplicadas caricias. Pensó que si su esposo y la amistad con Orlando eran óbice á reanudar sus relaciones con éste, estaría dispuesta á manifestar á su marido que aquel hijo adorado era de Orlando, y que era adorado por ser de él precisamente. Nada hubiera sacado con eso, pues cuando Orlando pudo ver al niño cerró los ojos y aseguró á Palmira que era inútil escribiese y que entre los dos había acabado todo. Hu- biera querido hasta poder entregárselo para que lo educase á su 1 gusto y manera, hubiera querido que para esto desapareciese de este mundo Waldersee, pero tampoco le parecía que la entrega del niño sería un medio, un lazo para atraer de nuevo á Orlando. Discurrió, se fatigó, se desesperó, y cuando todos sus ardides pro- pios fracasaron, entonces buscó ajena ayuda. Claro que para cosa mala no habría de buscarla en Dios. Pero A A RA Ñ i ] o cti e ao

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