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| 4 510 Historia de una Cubana cristiano que como primo, acudo á tí en demanda de consejo, y espero me lo darás sin respeto humano, y tan elevado como mi compromiso requiere. Te extrañará verme en Alemania, aunque seguro ignorarías también si estaba en la Península ó en la Isla de Cuba. En Cuba tuve una desgracia con la muerte de mi padre, que ya sabrás por los diarios. De casa no te dirán nada. Fué una fechoría propia de la edad, y de la milicia. No sé si decir que en- gañé ó que me engañó una cubana. Había de todo. Lo cierto es que de ahí vino una muerte en duelo, otras muertes más en defen- sa propia, mi salida de Cuba con engaño del Capitán General, y mi arribo á la Península. Todo fué obra de la cubana, quien sacó también para mí, y sin saber yo nada, la licencia; y lo más gra- cioso que se embarcó en el mismo buque para España, ignorándolo yo todo. Te aseguro que sentí no poder echarla al agua tan pronto lo advertí. Dios me perdone. Hubiera deseado naufragar sin que quedase ni uno para contarlo. Formé la resolución de volverme á Cuba desde el primer puerto y presentarme al Capitán General explicándole el caso; pero, el qué dirán, el respeto humano y la rechifla de mis compañeros, me sostuvo, á parte de todo lo que me amenazaba por lo sucedido. Como pude desembarqué en Coruña sin ser notado por la cubana, pues á la tal, que Elisa Biren se lla- ma, la vela ya dispuesta á seguirme por el mundo entero hasta mi pueblo y ante mi familia. Mira tú si me iba á presentar yo así ante mi madre dando tal escándalo á las gentes. No puedes figurarte mi indecisión ya en tierra. El vapor siguió adelante, á Santander, y no quise saber más de ella. Yo recordé tenía una tarjeta de aten- ción que un prusiano riquísimo me había dado porque le libré casualmente de un asalto de asesinos ó ladrones, ó todo junto. Pen- sé que él me buscaría medios de vida, y me embarqué para Lisboa, y de allí á Berlín. Imposible hacerte relación para que te formes idea del recibimiento que me hizo este agradecido señor. En vez de buscarme un modo de vivir, me habló de casarme con su her- mana. ¡Oh, qué aturdimiento el mío! Tan halagieña perspectiva y brillante porvenir no aquietó mi conciencia, pues yo sabía que por culpa mía ó sin ella estaba una mujer perdida y dispuesta á casar- se conmigo, tan rica como ésta, y católica. Además, como en nues- tra tierra nos han enseñado á mirar con horror el protestantismo, y esta familia es toda protestante, temo que mi religión ha de su-
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