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Novela histórica d3 La Superiora y el Dr. Behring esperaban ya en la puerta del benéfico establecimiento para recibirles. Veinte minutos más tarde llegaba la familia del General. —Muy bien, queridos; tanto hemos adelantado. Ya sabe que estáis; os puede recibir breves instantes, y 08 conocerá. Todos lloraron de alegría. Saludaron á la Superiora con una respetuosa inclinación, y después de un momento de recibidor subían la ancha escalera. El departamento de los distinguidos daba al medio dia, y según la construcción del grandioso edificio era forzoso pasar por una cualquiera de las salas de los soldados heri- dos. Precisamente entonces una hermana distribuía la cena rezan- do el rosario, á la cual contestaban los que sabían, si tenían gana, y si nó se contestaba ella misma. A Raquel repugnaba y mareaba el fuerte olor del ácido fénico. Behring le trajo para el pañuelo exquisitas esencias. Las herma- nas, con el cariño de madres, animaban á los inapetentes y rezaga- dos á tomar siquiera la sopa, siquiera el caldo y un poquito de vino. Otras, multiplicadas por su diligencia, iban de cama en cama como mariposas y abejas de flor en flor. Con sus grandes y blancas tocas semejaban ángeles de grandes alas volando y derramando con- suelos. A uno levantaban las almohadas, á otro esperaban con pacien- cia acabase de toser para darle caldo. Raquel, por un movimiento de piedad, elevó su corazón al cielo y dió gracias al Supremo Ha- cedor de haberla hecho á ella rica para no verse precisada á las bajezas é indignidades de aquellas viles papistas. Martina dejaba en cada cama donde había herido, cinco fran- cos. En una cama iba á dejar y se detuvo asustada, y pasó de lar- go mirando atrás recelosa. Allí vió un bulto negro, muy negro, que ocultaba por completo la cabeza del herido que moría en aquella blanca cama. Luego, de regreso, haciendo lo que hacía el General, tuvo que arrodillarse allí mismo, porque Jesús Sacramentado visitaba al enfermo en sus últimos momentos. Aquel herido, alemán ó fran- cés, era papista. Después pasó Martina mirando un poco de es- quina al otro lado. El General dejó en aquella cama 10 francos. Raquel había observado que á medida que su mamá dejaba li- mosna en cada cama, una Religiosa sonreía é inclinaba la cabeza
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