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Novela histórica del más grande criminal. ¡Ah! papá... dispensa; no me obligues á hablar delante de mi hija. Y abrazándola para consolar á la afligida niña, lloraban las dos amargamente. La Religiosa que estaba más cercana se apercibió, y se presentó en el cuarto de la enferma. —Llévese mi niña, Hermana, y atiéndala.Tiene un gran disgusto. La Religiosa abarcó de una mirada aquel cuadro, y tomando á la niña de la mano dijo á la enferma: —-Si os molesta, haré también salir inmediatamente á este se- ñor, pues V. no está para disgustos, ni para que la disguste se le ha dejado entrar. —Yo mismo —contestó Biren muy serio y derecho todavia—yo mismo voluntariamente saldré luego. Debo decir antes dos pala- bras á mi hija sola. Elisa calló, y se retiró la Religiosa. —¿Con que esa hija del crimen—continuó Biren—es nieta del más grande criminal? Ni la niña sabe lo que has dicho, ni tú pue- des probarlo. —V., papá, V. no puede probar que mi hija lo es del crimen, sino de la flaqueza de un momento. Yo tengo otras pruebas de más reflexión y sangre fría que acusan á V. de incendiario, de asesino y de ladrón. —Serán las pruebas que han traído á este mísero hospital á la hija de un millonario. —No; las pruebas son la carta rota en tu escritorio, de la cual me guardo los trozos, y la carta en que azuzabas con el oro, el puñal del asesino, y esa me la guardo entera. De corresponden- cias que suponen más de un robo, está lleno tu archivo privado; y en cuanto á incendiario... acuérdate del ingenio de Agustín Goyti- solo, reducido á cenizas con tu tea. Bastaría una palabra mía para que todas las sospechas se convirtiesen en certeza, y log que te han respetado hasta ahora por temor de exponerse, se unirían con Antonio, con Fermina, con Trinidad, con Josefa y María Luisa, en fin, con toda la familia Goytisolo y Estanislao Digat para denun- ciarte y condenarte. -—De modo que tengo una prueba más para convencerme y tranquilizar mi conciencia de que he obrado rectamente y acerta- do al desheredarte y prohibir tu entrada en casa.