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Novela histórica 499 Dios. Todos estamos obligados á lo mismo. Pero en lo que Dios mande á V. ¿tiene esta mujer obligación de obedecer? —Pues naturalmente en este caso. —No será tan natural cuando ella libremente sin ofender á Dios puede decir y dice que no quiere; y nadie, nadie, nadie, y Dios tampoco la obligará á querer. El pájaro de cuenta, pensó que en discusión tendría el cuervo más plumas y más vuelo, y echó mano de una vulgaridad. —Es que yo viéndola así le traigo la felicidad. —¿Pero quiere V. por fuerza hacer á uno feliz con lo que usted llame felicidad? Lo hará V. más desgraciado. El Abate Perigueux desmereció con eso en el concepto de doña Brígida. Esa doctrina era de aquel santo varón. Saunier pisaba alfileres. A falta de razones, pero no teniendo fuerza para llevarse reprimida toda la rabia, ira y despecho que había represado, se desahogó, antes de marchar, contra el Abate, diciéndole: —V. lo que ha venido es á hacerle testar á su favor los millo- nes que tiene. Ladrones de vivos, cuervos de difuntos, perturbado- res de las familias, explotadores de las conciencias, hurones de los hogares, inquisidores... etc., etc., todo por supuesto con grande admiración y pasmo y escándalo de D.* Brigida, que al principio de la letanía saunierana se tapó los oídos, y luego no cesaba de ex- clamar: ¡Jesús! ¡¡Jesús!! ¡¡¡Jesús!!! con la izquierda extendida en la frente, con la derecha cerrada en la boca, sacudiendo de arriba abajo la cabeza, y abriendo los ojos para decir ¡¡¡qué petardo!!! —¿Y qué hago yo ahora con estas pulseras?-—-preguntó doña Brígida después que su santo se fué al cielo. La buena mujer no había tenido paciencia. Por más que Saunier le había encargado no presentárselas á Elisa hasta el momento de ponérselas, ya ca- sada, ella quería ya enseñarlas luego que él se retirase después de convenir en la fecha. —Devolvérselas—contestó el Abate. —¡Una cosa tan hermosa! Dicen Elisa Biren. —¿Elisa Biren?—preguntó la enferma haciendo un esfuerzo por incorporarse.—Las tomó en sus manos, se enjugó las lágrimas, y habiéndolas examinado con un solo golpe de vista dijo: —estaban entre las joyas robadas.

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