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498 Historia de una Cubana Doña Brígida le creía con razón, aunque sentía verle impa- cientarse. —No, no. Tampoco esta mañana podía ser. Doña Brígida irguió la cabeza, abrió la boca, y dirigió la mira- da á uno y otro sin atreverse á preguntar si era ella una embus- tera. El Abate callaba. —¿Podéis negar que esta mañana me habéis dicho que sí, con- viniendo además en recibirme esta tarde para señalar el día? —Es cierto, sí. —¿Pues qué explicación tiene el no querer recibirme y el cam- bio inexplicable que he notado? Y D.* Brígida empezó á'extrañar que, sin reverencia al Abate, poco á poco perdía aquella mansedumbre en el decir, aquella dul- Zura en su trato, aquella mística que caracterizaba todas sus con- versaciones. Pero tenía razón el buen hombre. —Ls que sé que no tengo ninguna grave obligación delante de Dios, y no teniéndola, no es que le desprecie á V., es que no quie- ro casarme. —¿Y qué cuervo ha extendido sobre vos las negras alas de su protección, y ha picoteado vuestra conciencia, vuestro juicio y libertad? —¡Jesús!—D.* Brígida le miró sorprendida ante aquel desmán escapado é insulto involuntario. Elisa quiso contestar y no podía sino respirar fatigada, sin fuerzas para articular palabra. El Abate se dió por aludido y respondió: —Estoy aquí, porque he sido llamado conforme al carácter de mi ministerio, Represento la justicia santa, imparcial, y debo dar la razón á V. si la tiene. No consentiré que en mi presencia su- fra V. un atropello en los fueros de su libertad y conciencia; pero, comprenda V, que en igual situación me encuentro y tengo idén- tica obligación respecto de esta señora. Puede V. pues exponer la razón que le asista en su pretensión, y. si tan justa es, yo aconse- jaré á esta señora que en el acto acceda. Quedando ella siempre en libertad, por supuesto, para acceder ó nó. —Es que á mí me envía Dios—dijo levantándose con aire de irritación. —El me manda y yo le obedezco. —Y hace V. muy bien de obedecer en todo lo que le mande

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