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A A A A O A O ” PP. — 496 Historia de una Cubana —0h! señor Abate, me dáis la vida, respira mi corazón, me siento mejor. —Pero ¿quién os había impuesto tales obligaciones? El Abate pensó que D.* Brígida había llorado, suplicado, invo- cado todos los títulos que acreditaban al buen señor digno de ser complacido, y hasta que se habría dejado llevar de su celo llaman- do obligación 4 lo que sólo podía ser acto agradable á Dios como todo sacríficio hecho por motivos sobrenaturales. —No sé, no sé quién me ha impuesto tales obligaciones. Debe ser lo mucho que yo debo á ese buen señor, á quien no conozco aún. D.* Brígida me ha dicho que en virtud de todo lo hasta aquí sucedido, ella creía, que yo delante de Dios tenía esa obligación de complacer, y yo tal como me lo ha indicado lo he creído también, y he hecho el sacrificio por amor de Dios y en penitencia y satis- facción de mis pecados. —Pues esté V. ya bien tranquila de que Dios se lo ha recibido, pero que no se lo exige, y de que V. no lo hará si no quiere. Entre todas las razones que D.* Brígida ha expuesto á su consideración ó que yo pueda exponerle, ninguna debe quitar á V. la libertad en ese punto. Pero digame V. ¿hay alguna razón que le mueva á ca- sarse por circunstancias del pasado ó del presente ópor lo que pueda convenirle en el porvenir? —Nada, nada, nada. Me es todo indiferente menos el casarme. —Pues no se case V. Y esté V. tranquila, que no se casará. Aquí habían llegado en su conversación cuando Elena anunció á los visitantes, D.* Brígida y un señor. El Abate: no sabía que hubiese de venir, pero sospechó era el inexplicable pretendiente. Elisa estaba ya prevenida de que á las cinco habla de venir con D.* Brígida. En el acto del anuncio contestó Elisa: no quiero reci- birle. Le debo demasiado para darle cara á cara un disgusto. El Abate Perigueux á la vez había dicho: que entren. Los dos queda- ron sin más palabra, sin más contrariarse, y sin más explicación; y la criada salió del paso como hemos visto. Cuando Elena volvió con la pretensión de Saunier que quería hablar al Abate, éste, que ningún inconveniente tuvo desde un principio en avistarse con él, observó á Elisa que le parecía bien entrase alli mismo, y con las buenas formas que él se había merecido, disuadirle, si ya él mismo no desistía de su empeño en vista del estado de cosas. Yo defen-

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