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42 Equivocación... —¿Y ahora, Dr.? Hereford se había detenido en la puerta del comedor para no interrumpir, ansioso de la conversación, —Adiós, General. Ahora tenéis hijo. —Hijo mío..... y con su vista buscaba el General algo que Behring había ya embalsamado y guardado para que él no viese. -¿Me conocerá al verme? —Si; porque no debéis ir hasta que Orlando esté en disposición de conoceros y alegrarse viéndoos, y para esto es absolutamente necesaria una preparación progresiva. Vuelvo á deciros que más que sus heridas me inquietaba su estado moral. Así, pues, no os precipitéis. Después del desayuno con música del timbre, visitaron todos á la impaciente Raquel que no cesaba de llamar. Behring la encontró excesivamente débil; pero juzgó que de no narcotizarle de nuevo, y esto era demasiado, le sería más funesto quedarse sola en la Capitanía que ir al hospital, y le dió ánimo prometiendo le dejaría ir si se alimentaba bien. — Vamos, si estoy bien...—tirando la ropa para levantarse. —Ya lo sabe, General. Son las once. Tenga los coches prepara- dos; y si para las seis de la tarde no hay contraorden, pueden ir todos. —¿Hasta las seis de la tarde?..... No, no, yo iré primero, doctor. —Quieta Raquel. Si te levantas ahora te retrasas, y no podrás ir después. Ya lo sabe General, hasta las seis. Y allí os espero. —Hasta las seis, mamá..... Y movía los pies impaciente como si fuese ya camino del hospital. Martina temía por su hija aun á las seis de la tarde, pero con- fiaba en el conocimiento y en la presencia del Dr. Behring. Las cuatro, mamá..... las cinco..... las cinco y media... ¡Qué ansiedades! ¡que inquietudes! Todo coche que pasaba temían se detuviese á la puerta de palacio con la malhadada contraorden que echase á rodar todas sus esperanzas. ¡Las seis!..... Ya estaban con el pie al estribo, y se pusieron en marcha. Allí iba también Raquel, pareciendo un cadáver resucitado en manos de los sepultureros. ¿Tropezarían en el camino con el temido aviso?.....

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