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9 CAPITULO. X La insigne..... reliquia AS doce y muy dadas eran, cuando D.* Brígida se retiró á su casa. Comió más que de prisa, y con toda diligen- E cia se preparó á ir ella misma al hotel donde paraba Saunier, 'para darle la noticia' antes que saliese á paseo. ¿Dios le ha oído, Mr. Saunier, =—le decía llena de regocijo co- mo quien había allanado las dificultades que se oponían 4 la obra espiritual más del agrado del Señor,—por fin Elisa se aviene á se- cundar la obra de caridad más grande que han de registrar los si- elos en los anales de la historia eclesiástica. A las cinco nos es- pera. Puede V. acercarse por allí; yo también saldré 4 esa hora de easa, y juntos subiremos. Tendré el honor y la satisfacción inmen- sa de presentarle á V. —El honor será para mí, y otro mayor espero recibir uún de su benevolencia. Que sea V:, hoy testigo, y dentro de un mes, á lo sumo, que sea V. madrina para los dos el día de la boda. En vista del estado de Elisa, por consideración 4 ella quisiera fuese todo en privado y sin boato. Nada, nada. El cura, dos testigos de su con- fianza, V., ella y yo, Nada más. — ¡Oh! me honra V: demasiado. ¡Jesús! ¡Jesús! —Primer regalo de boda— dijo 4 D.* Brigida entregándole/ dos riquísimas pulseras, anillos oro macizo salpicados de brillantes— V. se las pondrá á luego de nuestra santa unión. Antes no. —Pero ha dicho V. un mes, y la pobre no creo viva una sema- na. Si pudiese ser... porque, ya ve V., está ya como ciega y sorda y paralizada, y no sé cómo podrá vivir una semana más,

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