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488 Historia de una Cubana como Dios le inspire, toda la conferencia que ha tenido con el amo de la casa y su última resolución. —i¡Jesús, Jesús! Bien dice el refrán que por la caridad entra la peste. —Cuidado, D.” Brígida, que por la peste entró la caridad, y siempre es mejor que la peste. —¿Y si yo perdiese el pleito? —Yoiré esta tarde de cuatro á cinto, y si gano, está V. de en- horabuena, y si pierdo no tiene V. de qué afligirse, pues el triunfo no estaba reservado para V. ni para mi. —¡Jesús! ¡Jesús! —y se retiró así hablando hasta la puerta y por toda la calle. ¡Que haya mujeres tan afortunadas y tan faltas de juicio! Y la comparó á Elisa con su primera y segunda hija, Melchora y Trifona, de 34 y 36 años respectivamente, jóvenes buenísimas y que jamás habían tenido esa proporción ni otras. Si estaba ella tentada, como Elisa se empeñase en que no, de hablar- le 4 Saunier por una de sus hijas. Esto era impropio, bien lo cono- cía ella; pero á una madre todo le está bien- tratándose de sus hi- jas, y más teniéndolas á todas sin casar. Además le daba ánimo la misma causa por la cual se dirigía á Elisa aquel buen señor. Sépase que Doña Brígida tenía tres hijas, las jóvenes.como ella las llamaba desde que tenían 6, 8 y 10 años. Pero en Bayona no las llamaban así. Las llamaban las perfectas chatas; primero ¿por- que eran buenísimas en todos conceptos, y segundo porque en eso de nariz, á medida que la elad crecía ella menguaba, y ya entre las tres con ayuda de la madre, apenas alargaba y medía lo que una falange del dedo meñique. No gastaban Colonia, ni molestaban á nadie econ buenos perfumes. Eran las once de la mañana. Hacía un momento que Elisa se había levantado con trabajo, para que le removiesen un poco el lecho. Los sufrimientos físicos y morales hacían de ella un cadáver, no ambulante, porque ni aun' audar un paso podía. Fuera de la cama parecía ya más muerta que viva. Su color azabache legítimo, los ojos hundidos, tosiendo «cuatro veces antes y después de cada dos palabras; en verdad era para admi- rarse Doña Brígida del portento de caridad, nunca vista ni escrita en el martirologio del Santo Mr. Saunier. —Hija mía, Elisa—le dijo por primer saludo—vengo á hablarle hoy después de haberlo pensado y llorado mucho, después de ha-
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