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Novela histórica dl Es además muy instruida y hasta muy hermosa. Y lo que más me admira, su naturalidad, pues parece, no que desprecia, sino que ignora sus buenas cualidades. Raquel sintió en el alma que su mamá hubiese formado tan fa- vorable juicio, y advirtiéndola que no tenía motivo para conocer á las papistas tan bien como ella, se arrancó por la hipocresía con todo el odio que tenía al catolicismo, diciendo: esa es, mamá, esa es la buena cualidad de las papistas. La hipocresia mas refinada. Raquel había sido educada en colegio de nobles, donde había también buenísimas profesoras para nobles católicas. Y en tanto que las nobles católicas compadecian de todo corazón á las protes- tantes y rogaban á Dios por ellas, las protestantes hacían ascos de todas las prácticas de las católicas. Si confesaban, si comulgaban y oían misa, que era para llevar todos los cuentos y chismes del colegio, para ganarse todas las voluntades inclinando la cabeza y bajando los ojos, para evitar castigos merecidos y llevarse buenos premios. Martina comprendió que no debía proseguir aquel diálogo en pró de la papista irritando á su hija. Mas no por eso apreció menos á la enfermera, que éon sus finos modales y delicada conversación la había cautivado. —¿Señora?...—La llamó el asistente. —Voy, voy luego. —El Dr. ha llegado. Pregunta por mi General y por $. $. —Que venga aquí, mamá. No, hija mía. Ha de desayunar primero. Asistente... avise V. al General y á mi señor esposo, y sirva V. el desayuno para todos, —Voy yo también, mamá..... voy yo también. —Pero hija mía, si no puedes. Está quietita. Toma,—estampó un sonoro beso en su frente—y espéranos aquí á todos. —¿Y bien Dr.?—Saludó á Behring, Martina. —Bien si. Mejor de lo que podía esperarse después de una no- che horrible entre la vida y la muerte. ¡Qué alternativa de angus- tias y de dolores, de fiebre, y de delirios! No me atrevía á expre- sar su estado en los partes por temor de alarmaros; pero hubo momentos en que creí el caso desesperado, y estaba ya con el dedo en el timbre para avisaros fuéseis á recoger su último aliento.

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