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Novela histórica 481 ángeles de Dios en el cielo por el pecador que se arrepiente. Cuan- do el Abate Perigueux llevaba el sagrado Viático á los enfermos para el cumplimiento Pascual, no pudo subir á casa de Elisa por- que ésta no estaba instruída aún ni en lo más indispensable. Poco á poco, con el tiempo, y después de varias confesiones y conferen- cias con el Abate, se previno convenientemente para el día solem- nísimo de su primera comunión. Estaba verdaderamente llena de sentimiento, de humildad y compunción. —Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccata mundi—-le decía el venerable sacerdote presentando ante sus ojos la sagrada Hostia. Y para que mejor entendiese y saborease su divino significado, que, por primera vez oía con espíritu de fe, se lo traducía y co- mentaba diciendo: He aquí el que á sí mismo ha querido llamarse cordero para demostrarnos la mansedumbre con que recibe á todo pecador que á El se acerca arrepentido. Cordero de Dios, Dios manso como cordero, Dios mismo, que con su preciosa sangre por nuestro amor sacrificada y derramada, purifica los pecados del mundo, del que se humilla, cree, se arrepiente y confiesa. Ecce... Dios, que con su omnipotencia, sin dejar de ser Dios, se hizo hom- bre como nosotros, vistiéndose de nuestra misma carne para que le viésemos, oyésemos y hablásemos, sirviéndonos de guía con su palabra y ejemplo en el camino del cielo, y que al morir por amor nuestro, con igual poder, siendo Dios y hombre, se hizo pan divi- no para que le comiésemos, disfrutando así de El no sólo nuestros sentidos, sino y mucho más nuestro corazón y nuestra alma unida á él íntimamente como el alimento al cuerpo. Sol divino, luz de laz, luz verdadera que ilumina sobrenaturalmente para la vida eterna, la inteligencia de todo hombre que viene á este mundo natural, si voluntariamente el hombre no le cierra los ojos de su razón. Elisa...—quería el ministro de Dios llamar más la atención de la enferma—admirada y anonadada ante la grandeza de este Dios vivo, que en su sabiduría infinita, oculta por nuestro amor, no sólo los esplendores de su divinidad, sino hasta los rayos des- lumbradores de su glorificada humanidad, empequeñeciéndose para aparecer menos que nosotros para que llenos de confianza nos acerquemos, le abramos el corazón y en él le recibamos, Elisa... decidle que no sois digna de que entre en vuestro pobre corazón el que tiene por morada el fuego amoroso de los Serafines 31 PE A —e *

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