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> Pa E E AN El . ! E 2 PES AA E 480 Historia de una Cubana mí que puedo “publicarlo por las plazas, mejor podéis decirlo á quien tiene la obligación de escuchar y después morirá antes que decir palabra. Y en cuanto á decir todo, todo lo que habéis ofendi- do á Dios en toda vuestra vida, no os apure el no conocerlo ó recor- darlo todo. Basta que nada calléis sabiéndolo, y que de todo ten- gáis dolor y sentimiento de haber ofendido á Dios. El abate Peri- gueux, mi buen cura párroco, os aseguro que tendrá más gozo que yo; más que cuando bautizó á vuestra hija, y lo tuvo muy grande. Y me atrevo también á aseguraros que os ayudará en todo lo que os convenga con tanto más interés cuanto os vea más infelíz y ne- cesitada y pongáis en él vuestra confianza. Elisa no sabía qué contestar ni qué alegar. No tenía otra razón que oponer que la natural repugnancia, el no saber hacerlo, el no haberlo hecho nunca, y esto comprendía que no era justa razón para oponer. Optó por callarse. D.* Brígida entonces pudo ilumi- nar con divinas luces aquella frente rebelde que por su culpa nun- ca había sido iluminada. La torre de Babel fué confundida, aquel altivo castillo había sido arrasado con la batería de tantas tribula- ciones, el terreno estaba ya bien prevenido para recibir la semilla y el rocío del cielo, y Dios estaba esperando un acto de arrepenti- miento para derramar á torrentes en aquella alma entre frívola y criminal sú divina gracia. Doña Brígida pensaba que sólo sabía para sí, y gracias; y sin pretenderlo ni pensarlo era instrumento en manos de Dios como pudiera serlo un Doctor, para poner delante de aquella mujer las preocupaciones en que había vivido, su culpable incredulidad, su criminal amor, sus fatales consecuencias, con toda la responsabili- dad á cargo de su alma delante de Dios. Elisa escuchaba, comprendía, se convencía y lloraba. En una feliz expresión de su buen apóstol, se vió como en espiritual espejo tan culpable ante Dios, y vió sobre sí la paciencia de Dios tan grande en esperarla, tan grande su bondad en recibirla, que pro- rrumpió en sollozos pidiendo con voz entrecortada por el llanto perdón y misericordia. D.* Brígida, en adelante, no trató ya sino de consolarla, hablándole de la Magdalena recibida y perdonada á los pies de Jesús; de la oveja descarriada buscada con tanta soli- citud por el divino Pastor y puesta amorosamente sobre sus hom- bros para volver confiada y sin cansancio al redil; del gozo de lo
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