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Novela histórica —¿Tanta molestia? —Ninguna, señora. El bien obrado recompensa con creces la satisfacción; y en la caridad es la flor lo pecuniario; pero el aroma es el sacrificio personal. Doña Brígida quedaba cada vez más encantada de aquel santo varón. Sentía ella, á par del alma, que su virtud fuese tan subida que no le permitiese descender á dejarse conocer. Hubiera querido ella fuese menos acrisolada, para poder presentarlo á Elisa dicién- dole: ese es, ese es á quien tanto debes, para que ella agradecida lo abrazase, ó se echase á sus pies, pues bien se lo merecía todo. Cuando por la tarde visitó á su enferma, al darle el bolsillo, le dijo: —0s traigo cosa mejor, Elisa. El ofrecimiento, diré más bien, la aceptación que ha hecho de mi súplica la persona santa que 08 socorre. Yo me cuidaré de vuestro alivio, y él se ha encargado de indagar desde mañana el paradero de Martínez. Pero dice, con justa razón, que no basta un apellido, y que os ruegue log detalles que no tengáis inconveniente en dar para él poder orientarse. Elisa, naturalmente, se sonrojó, pero fué franca con aquella mujer á quien tanto debía. Dijo cuanto sabía referente á Martínez. La hostelera no sospechaba tanta intriga y tanta maldad. Con todo observaba que Elisa se humillaba y abatía y echó mano de la misericordía de Dios. —No tengáis pena—le decía— no desconfiéis. Arrepentios de corazón, que Dios os perdonará. —Es que no lo digo todo—proseguía Elisa llorando, con pena y reconocimiento de lo que hasta entonces no había querido reco- nocer—traicioné á mi padre, abandoné mi casa, deshonré la fami- lia, acaso maté á mi madre, y soy culpable de tres asesinatos en un mismo día, y yo misma quise matarme y matar á mi hija. Elisa más que hablar gemía y suspiraba. —¡Jesús! ¡Jesús! —decía la buena amiga tapándose los oidos y y á la vez queriendo taparle á ella la boca—no me digáis eso á mí. Ya estamos en el cumplimiento pascual, debéis decirlo todo, todo, en confesión al sacerdote, al ministro de Dios, único que de eso os puede perdonar en nombre del Señor. —No me he confesado nunca, y decir eso... y decir todo... ¡Oh! no, no. Me es más fácil y mejor no decir nada. —No, no. Engaño, Elisa, error. Como me lo habóis dicho 4 IN 14 1:53 y
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