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| a 478 Historia de una Cubana un momento de sus asuntos y dedicarlo á investigar, ó preguntar, ó qué se yo, por el paradero de ese Martínez? —No hay duda que la caridad es como el sol, porque lleva el bien consigo, se considera autorizada para entrar en todas partes. Pero V. comprenderá, señora, que no teniendo más datos que su apellido Martínez... —Es verdad, es verdad. Tampoco sé yo más. Pero... —Usted puede preguntarle y pedirle más detalles, diciéndole que la persona que le suministra todo accede al ruego que V. le ha hecho de interesarse en el asunto hasta saber el paradero. —Es verdad; es verdad. —Y diga V. ¿le basta con la cantidad asignada para todos los gastos? Advierta V. que no podría yo sufrir—con la mano en el corazón—le faltase nada, y que prefiérole sobre todo. Me basta á mí para estímulo saber que está más enferma, más necesitada; y que ignora en absoluto quién es su bienhechor. —¡Oh! pues ya me lo preguntó, pero... nada, esta boca es mía —poniéndose dos dedos en los labios, uno sobre otro bajo—no solté ni una palabra. —Asi espero continúe V. guardándome el secreto y disponga V. de eso—le dió un bolsillo con diez luises. Al grandísimo bribón le costaba poco pedir á Santander giros y más giros para la próxima, la inmediata, la casi captura del capitán. —¿Cuándo podrá V., D.” Brígida, comunicarme detalles de ese señor? Prevengo á V. quepor esta vez sólo estaré en Bayona cinco días. —¡Oh! pronto, pronto. Esta misma tarde le llevaré esto y le hablaré de V. —¿Cómo? —Quiero decir de la persona santa que hace veces de provi- dencia con ella. Saunier inclinó y sacudió un poco avergonzado la cabeza, opo- niendo que le humillaba. —Ya sé yo lo que digo, ya lo sé. ¿Y á dónde le enviaré los de- talles que me dé? —Servidor estaré en el nuevo hotel; pero nada me cuesta pa- seando llegarme mañana por aquí.
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