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da 474 Historia de una Cubana —¡Desgraciada! si la muerte la sorprendiese en tal estado ¡Jesús! en fin, no quiero hablar. Pero voy á empezar una novena á la Purí- sima para que le alcance luz divina y V. se convierta. —Dice V. que es tan fácil arrepentirse, y yo siento mi corazón cada vez más duro. —Pero es que V. quiere de veras arrepentirse? —Martínez... ¿vendría así Martínez? —-Así se salvaría V. que es lo primero y principal. —No, no. Sin Martínez, no; no quiero. —¡Oh!,.. merecería V. ver á Martinez, y... ¡Jesús! —¿Le veré si me arrepiento?—la interrumpió Elisa sin dejarle concluir. —No quiero decir eso; sino que... Y la pobre mujer, que había sentido su conciencia remordida por una punzada de amargo celo, queriéndole decir merecería V, verlo y no poderle hablar ni palabra, cambió de espíritu, y sua- vizó cristianamente sus palabras diciéndole: sí, arrepintiéndose, merecería verle, pero me temo, que si no se cuida y toma fuerzas y hace por vivir, no podrá ya verlo, ó no tendrá alientos para decirle un breve sí, aunque le vea. —Ya no puedo cuidarme, ni puedo buscarle, ni puedo vivir. No tengo, no, no tengo salud, no tengo vida. Ahora me querrá menos, pero yo le quiero á él: ¡Ay! me siento morir. —¡0s he prometido cuanto esté en mi mano. Sólo exijo que os cuidéis. Y os suplico también pidáis á Dios perdón, porque estoy horrorizada de lo mucho que le habéis ofendido. —¿Y me escuchará Dios? —En el momento que le llaméis. —-¿Y vendrá Martínez de donde quiera que esté? —O iréis vos misma á donde quiera que esté él. No supo ya la buena Brígida cómo desentenderse de aquel re- petido Martínez. Sin embargo, conoció que era la mejor táctica para reaccionar aquel cuerpo cadavérico y reanimar tan abatido espíritu, dar esperanza, hasta contra toda esperanza, de ver á Martínez, Pronto tuvo así la llave para regir y gobernar á aquella obs- tinada voluntad y corazón endurecido. Martinez, vive; Martínez, la quiere; Martínez, la busca, y él

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