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dl 7 59 A e Sol 472 Historia de una Cubana no he visto cosa más fea que una sonrisa incrédula en boca de una mujer. Me explico una pasión; en fuerza de esa pasión, me explico el desequilibrio del juicio y como consecuencia todo lo demás; ¿pero la incredulidad en la mujer? ¿reirse de Dios? eso es la indig- nidad, eso es el rebájamiento, es lo incomprensible; eso no tiene nombre. Y sí que lo tiene, aunque monstruoso, pero que á la pobre mu- jer no se le ocurría, ni comprendía lo hubiese apropiado en lengua humana para tan extraño fenómeno. —Pues yo conozco mujeres má incrédulas que hombres. —Pues yo las reconozco á esas mujeres más horribles que los monstruos. La mujer, si es buena, es más ángel que el hombre, si es mala es más demonio, peor que él. El hombre cayó en males repara- bles, la mujer en males irreparables, si cayese Dios sería el su- premo mal. Me habéis confiado vuestra hija: decidme ¿quisiérais verla cu- mo vos? ¿Cómo? ¿no contestáis sino con encogimiento de hombros? ¿Hasta ese extremo de indiferencia y egoismo habéis perdido el juicio y el corazón? Pues yo contestaré: no, no será educada así, no será educada como vos, porque sería el ser más desgraciado y degradado de la sociedad. Prefiero que os la llevéis, así yo no con- traería tan tremenda responsabilidad ante Dios. No sé si tenéis padres, y si estuviéseis con ellos, no sé lo que os aconsejarían en vuestro infeliz estado. Pero sé que aquí no los tenéis y sé también lo que debieran aconsejaros. Me hacéis madre de esta hija, bien puedo extender también hacia vos los buenos oficios de la mater- nidad, pues estáis más necesitada. Elisa... cualquiera sea vuestro estado de mujer abandonada, ó engañada, ó todo junto, regenera- ros, porque podéis y debéis. La enfermedad grave busca médico y medicina; el cuerpo no tiene otro remedio en lo humano para su restablecimiento. En la gravísima enfermedad y crisis por que atra- viesa vuestra alma con esa horrible manía de suicidio, urge apli- car el remedio para regeneraros. —¡Imposible! ¡imposible! —No blasfeméis de Dios, ¡Elisa! El que extiende ó limita cuan- do quiere y cuanto quiere la virtud curativa de la medicina, y al médico le dá ó nó el acierto haciendo inútiles todos los esfuerzos

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