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Novela histórica 471 franceses Voltaire, Dumas y Sué. Y por supuesto, era también muy agudo, en eso de criticar á las otras colegialas, no amigas, en to- das sus prácticas religiosas. Alguna vez se las veía entrar en la capilla, á misa, todas juntitas, claro está, para reirse, allí y des- pués, de todos los defectillos notados en la iglesia. Al salir del Co- legio no perdieron la costumbre de ir á misa. Entonces iban con más frecuencia, todos los domingos, todos los días de fiesta, por supuesto á la misa de tropa, bien elegantes, para llamar la aten- ción hacia sí desde el taconeo al sombrero, y dejarse ver y ver cada una á su respectivo Martinez. En cuanto á mujeres útiles, ¡vaya si habían salido también muy aprovechadas! Un poquito de piano, muy poco, era cursi tocar mucho como una institutriz; bordar una flor en que la profesora povía el colorido y perfume, y pintar un paisaje siendo ellas las primeritas en echar la brocha al lienzo. Después era ya muy eno- joso el pincel, teniendo que guiar la mano siempre una profesora jamás satisfecha. Y así de todos los demás ramos del saber. ¿Y para qué quería más con sus millones? Toda aplicación for- mal, que apartándose de esa superficie descendiese un grado al fondo, olía á pobre. Y como nunca lo habían de necesitar... ¡tiem- po más perdido! Y ellas procuraban aprovecharlo bien el que habían de estar juntas en el colegio, riéndose de todo lo divino y burlándose de todo lo humano. Esa había sido la educación, las creencias y la vida de Elisa, y el ejemplo que viera en su casa hasta los 27 años que tenía cuando huyó de ella. Por eso le era connatural reirse cuando oía con seriedad algo sobre la otra vida. Pero la buena hostelera, que á su instrucción añadía una profunda educación religiosa recibida de maestras y sobre todo de sus padres, no se desconcertó al ver- la sonreir, sino que cobrando nuevo valor y energía, siguió recri- minándola, pero llena de caridad. —Os compadezco, Elisa, por el efecto que mi palabra ha hecho aparecer en vuestros labios. Esa sonrisa que los desflora, ni sale de un corazón alegre, ni alegra á otro corazón. Os compadezco por vuestra razón extraviada, más aún por la locura de vuestro amor, pero incomparablemente más por esa sonrisa sacrílega. Yo os aseguro que en todos los años de mi existencia, y son muchos, Dai | | Ñ ¡ | 4 4 Ñ h H B a Y y ml | 4 Ñ AÑ ] 4 P Ñ d A a A

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