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Novela histórica 469 sonrisa que helaba la sangre en el corazón.—Hay desahucios que inutilizan todas las medicinas. Es mi sino. —Pero hay milagros que socorren y curan todas las enferme- dades. —-No tengo ya fe. —Pero debéis á lo menos tener razón. Y si no, decidme ¿en qué milagro no tenéis fe? —En que él resucite si ha muerto. —Pues si ha muerto ese él, sea quien quiera, tampoco le encon- traréis hasta llegar á su ignorada sepultura. Y después de tanto caminar ¿qué? ¿dónde está vuestra razón? Sólo vuestra pasión veo. ¿No comprendéis que váis á una muerte cierta después de medio día de andar, y tal vez antes? ¿Qué otros medios tenéis para viajar y buscar y encontrar á un hombre que no sabéis donde está? —Pero puede estar vivo, y él no ha de venir acá. —Pues si está vivo, vos no llegaréis viva á donde él esté. ¿No os sería mejor seguir leyendo todo lo que leéis de España, y tam- bién á la vez indagar desde aquí? Para eso, y no para lo otro, aban- donando vuestra hija, yo os prometo casa, comida, vestido, car- tas, diarios, influencias, dinero, preguntas, cónsules, embajadores, todo lo que yo me sé;... con tal que os cuidéis. Elisa iba entrando en razón, pero no podía dominar su amor, y creía ella que sólo era dable encontrar descanso caminando á no sabía dónde, con tal que se imaginase caminar hacia él, hacia el objeto de todas sus adoraciones. —Si no me entendéis—le decía ya más seria D.* Brigida—me autorizáis á deciros que no es sólo fe los que os falta, sino juicio y corazón. Y entended, que me guardo otra palabra... que os pudie- ra decir muy bien. —Decidla. —Que os falta dignidad. —¿Y con qué autoridad me diríais eso? —¡Con qué autoridad! ¿Pues no me habéis dicho vos al entre- garme esta niña: ella es inocente? Luego vos sois una culpable buscando á un hombre que no es vuestro legítimo esposo. —Ella es inocente como lo son todas las niñas de su edad. ¡Vaya! —Esa confesión explícita de su inocencia, por tan sabida se "o 4
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