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468 Historia de una Cubana —Muy bien ¡Jesús!.. Y Saunier se retiró dejando encantada á la sencilla mujer, que era un conjunto de pequeños defectos y de grandes virtudes. Poco más tiempo estuvo D.* Brígida en la casa. Viendo que Elisa no ve- nía se retiró á la suya. Dos horas hacía que en ella esperaba Elisa, pero sin impaciencia, tranquila como esos mares que rizan apenas la superficie teniendo en sus senos horribles tempestades. —Me enviásteis á decir, señora,—dijo Elisa á D.”* Brígida aún antes de saludarla--que cuidaríais de mi hija bautizándola. ¿Es eso? —Si. —Pues ahí la tenéis. Ella es inocente; sed su madre—mar- chando. —Pero Elisa ¿donde váis sin dar siquiera un beso á la criatura? Además que, no porque... Elisa había llegado ya cerca de la escalera, se detuvo un mo- mento, miró á su hija, y se volvió á besarla. D.* Brígida, que había leído ya todo el pensamiento y se lo ha- bía temido hacía una hora, aprovechó esa maniobra para cerrar la puerta por dentro y guardarse la llave. ¡Vaya!—le dijo mirán- dola. —Es inútil, amiga, que me detengáis ahora. La vida se me ha hecho insoportable. —Pero, ¿por qué? ¿Porque le han robado y dejado sin nada? —No. Eso ha llenado la medida; pero mucho antes me era car- ga pesada. Cuando quise ir al mar aquella noche, me hizo V. un verdadero daño, impidiéndomelo. Me hubiera librado de otros dis- gustos. —Pero... ¿es que os empeñáis aún en?... ¡Jesús! —echándose la mano á la frente. —No. Ya veo que eso es sin resultado. Ningún diario me dá noticias. Voy por el mundo. Mi corazón necesita andar sin descan- so, andar, buscarle con la esperanza ó con la ilusión de que lo he de encontrar, y cuando caiga en tierra fatigada, morir pronun- ciando y escribiendo con este anillo su nombre. —Pero Elisa, por Dios, confiándome esta hija me confiáis la mitad de vuestra vida. ¿Por qué no sois más franca con quien quiere y tal vez puede remediar vuestro mal? z —V. no me conoce. No sabe quien soy— decia Elisa con una x

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