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Novela histórica 467 engrandecerla y prodigarla hasta el engaño, pero siempre con el mismo fin de hacerla suya por cualquier medio. —Estoy edificado, señora—dijo después de pensarlo un rato— de los nobles sentimientos de V. Yo haría mal si en una ocasión como ésta me llamase aparte, pudiendo, gracias á Dios, ejercer á manos llenas esa celestial virtud de la caridad, que es la caracte- rísca de esta nuestra amada Francia. Así pues, yo ahora me retiro, y si V. puede esperar á esa seño- ra ó tiene V. ocasión de verla, puede V. decirle que no necesita llamar la atención saliendo de esta casa. Puede desde hoy habitar- la libremente por caridad. —¡Jesús! Gracias, gracias en nombre de ella. Poco que se lo ha de agradecer. —¡Oh, no! eso no. Yo impongo una condicición cuando hago una obra buena. —¿Cuál es? —Que no lo sepa ni el mismo favorecido. —Muy bien: muy bien. Esa es la caridad como la enseña el Evangelio. Ya, pues, V. lo sabe. Si me promete no revelar mi humilde persona, puede V. contar con diez luises mensuales, á fin de que esa señora no haga un desatino, ni pase por la vergúenza de pedir lo que nunca ha pedido, ni se vea precisada á un trabajo que dudo mucho sufrague sus gastos, pues en Africa las familias ricas no sa- ben nada de trabajo. —¿Y donde cobraré yo esa cantidad? No conozco á V. —Vivo ordinariamente en París. Aquí estoy en el nuevo hotel, recien inaugurado, pero V. puede descuidar, pues yo mismo me cuidaré de su puntualidad los primeros días de cada mes. —Muy bien. ¡Jesús! ¡Jesús! —¡Cuántome alegraría fueseel premio demi buena obra otra me- jor! Que V. pudiese conseguir de esa señora dejase bautizar su niña. —Y todos, todos nos alegraríamos. Ya ve V. sacar un alma de las garras del demonio para dar á Jesucristo, limpio por el bautis- mo, lo que es suyo, pero sucio no lo quiere, sino purificado con su divina sangre. —Aqui están los primeros diez luises. Ni siquiera mente usted nuestra entrevista aquí ni en ninguna parte. 04 ES pa AAN RC A HLRE ia