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1/4 E : i Ñ $ ) —Pero si no puede ser. Yo le hice reflexiones una vez que lo intentó no sé por qué, y ya no volvió á pensar en esa tentación del diablo. —Pero, señora, el hambre es una mala consejera; y si efectiva- mente la han dejado sin nada, no le queda más que morir, prefi- riendo la muerte á la limosna, según dice V. —Pero si tampoco tenía necesidad de hacer eso. Yo le envié á Elena luego que me notificó el robo y el hambre de algunos días, para decirle entre otras cosas, que si me dejaba la niña para ins- truirla y bautizarla, yo me comprometía á sus alimentos y buena educación hablando á mi prima, la Presidenta de las conferencias. Ya V. ve que por la niña no debía apurarse; y si ella se hubiera puesto al habla conmigo, pues también para ella habría algún tra- bajo honrado siendo todavía joven. ¿Sabe V. si es viuda, ó si sólo está divorciada? No tache us- ted de indiscretas mi preguntas, pues me inspira compasión esa señorita. —Una de dos debe ser; pero de ciencia cierta no lo sé. Ella habla de Martínez, de un Martínez; y yo no sé si vivo ó muerto, pues en jamás de los jamases he visto que le haya hablado un hombre, ni escribir ni recibir una carta. Y después que es de Afri- ca. Vaya V. á saber. Debe ser divorciada ó viuda de algún judío. —¿Está V. cierta que es de Africa? —JDe eso,sí señor. Y aunque ella no lo dijera, su misma cara no miente. —¿Ha dicho ella que es de Africa? —¡Cá! en tierra de cristianos. Se guarda bien el pico en eso. —¿Y dice V. que se encargaría de la niña y de buscar trabajo honrado para esa señora, de modo que pudiese vivir sin tener que humillarse? —Ciertamente, sí señor. Contando, por supuesto, con Madame Maillebois, mi prima. Esto era de pésimo efecto para Saunier, y hasta contraprodu- cente; pues en vez de verla socorrida por la caridad cristiana, en- noblecida por el trabajo honrado propio de la mujer, é instruida religiosamente para soportar los trabajos de la vida con esperanza y con fe, quería, por el contrario, rebajarla hasta la indignidad, ó