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o HR A O 460 Historia de una Cubana á su niña de la mano para bajar las escaleras, cuando sintió pasos de alguien que subía. Un momento se detuvo para ver quien era, y conoció á Sebastián. Venía por el alquiler de la casa. La niña, al distinguir una persona, le pidió pan antes de que él hablase. Inútil era que Elisa la reprendiese diciendo que como los niños hambrientos avergonzaba á su madre, pues ella misma llevaba en su rostro bien marcadas las huellas del hambre, y al fin un segun- do después de la reprensión hubiera tenido que decir que no po- día pagar. Elisa calló; el administrador, ante aquel cuadro inespe- rado, movido por la naturalidad y verdad de aquella vocecita que pedía pan, y por aquel no puedo pagar el alquiler, —esperad un momento —les dijo —y bajó apresurado la escalera, subiendo luego con pan. Echóse la mano al bolsillo, y las pocas monedas que en- contró en él, las dejó también encima del pan. Esperad todavía más. Elisa no pensó ya en bajar la escalera por temor de encon- trárselo en la calle, de regreso. Entró en su cuarto y esperó sin haber llevado todavía á su boca alimento. Sebastián corría asom- brado, aturdido de lo que había visto. No le cabía en su juicio lo que había presenciado, y era urgente dar cuenta á Saunier por lo que pudiera suceder, Saunier, al oir el relato, abrió tamaños ojos. —Es imposible— decía el causante. ¿Pero te has fijado bien si son ellas? —¿Acaso madre é hija pueden confundirse con ningunas otras? —Es verdad. No lo entiendo. Acuérdate que te he dicho muchas veces, que eso de venir sola á una casita de nada, sólo podía obe- decer á que le hayan robado en la fonda, ó á que no tenía ya cau- dal para resistir un año más. Nunca he sido de la opinión de su padre, que la causa de sus cambios era facilitar más la seguridad al capitán. No, no. Era la miseria consiguiente después de los grandes gastos. —¿Y qué hacemos ahora nosotros? -—Nada. Nosotros nada perdemos mientras ella viva. —Es que he notado que se mueren de hambre. —Pero ¿qué estás diciendo? si tanto no se puede creer. —De hambre, Saunier; se mueren de hambre. Me ha sucedido esto y esto, y les he dicho que esperen. —Pues hombre, sí que es caso grave éste, pero no habrá más remedio que ir yo, y ver; y si efectivamente es así como dices y

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