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A PP _—_ —= - y rara Ñ HA AAA AN A [PP A A A A A a 458 Historia de una Cubana roto á propósito un cristal de una ventana bajera y cerrando la puer- ta de la calle. Ni la criada ni la señora notaron nada á su regreso. Sólo cuando á los dos días Elisa necesitó dinero, abrió el baúl y se encontró sin nada. La criada, impaciente por la tardanza de su señora, que nunca salía con el dinero para ir á la plaza, entró lla- mándola y se la encontró arrodillada ante el baúl como una idiota, teniendo todavía una mano en la tapa para que no cayese, la otra en el corazón, y con los ojos fijos donde debiera estar la arquilla. No había dado un grito, ni hecho una exclamación. Elena la creyó muerta de repente, y se apresuró á sacudirle los hombros para cerciorarse. La tapa cayó sobre el baúl, y Elisa cayó en tierra. No había muerto. Sólo tenía aliento para decir muy quedo: me han robado, esta es la última desgracia. Ya aquel mismo día la criada fué á la compra con dinero propio. ¿Quién habrá sido?—se decía ésta para sus adentros sin saber á quién echar la culpa. Al- gunos días más hizo lo mismo; y previendo que peligraban todas sus economías, algo aumentadas con los no interrumpidos luises de Saunier, avisó á la señora que no tenía más para el siguiente día. Elisa le dió uno de sus mejores vestidos, aquel maravillosa- mente blanco con que se presentara al comedor del barco la prime- ra noche, y le encargó venderlo. No quería empeño sin esperanzas de recobrarlo. Cuando ya Elena bajaba la escalera, la llamó di- ciendo: toma, vende esto primero. Se había quitado los dos brillan- tes de las orejas. Fueron vendidos en el inmediato barrio de los judios. Estos habían dado á la criada veinte veces menos de lo que valían. Elisa sufrió con esto un terrible desencanto. Si pagaba el mes de alquiler, y su soldada á Elena, después de la comida difí- cilmente tenía para hacer frente á otro mes. Una joya fué tras otra. La única que le quedaba ya era el anillo riquísimo que su amiga Clarita le había dado con el nombre de León. De él no se desprendería por sostener con pah cuatro días más esta pesada vi- da; de los vestidos ya estaba bien aleccionada de lo que podía sa- car según la prueba de las joyas. No obstante, la necesidad la des- nudó poco á poco. Ya Elena no quería ir á las tiendas por aceite, pan, carne, etc., porque la señora era forastera, nadie sabía de qué vivía, y ya le decían; aún no has pagado lo que llevaste ayer. Dijo á Elisa que no podía estar más porque se avergonzaba de ir á todo sin dinero, y se volvió á la fonda, de donde la señora la

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