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4b4 Historia de una Cubana Había echado ya los cimientos del edificio que quería levantar. Todo el material que debía emplearse para su construcción consis- tiría por su parte en halagos, dádivas y amor; si bien después de llegar al límite de todo eso, ya tenía descartado que no aceptaría Elisa. Pero esto no le importaba. ¿Para qué quería él el amor de Elisa, ni que ella aceptase ó nó el suyo? Un día, y varios dias vino Elena, la criada, diciendo que pa- seando con la niña por la playa y pasando casualmente el amo de la casa, las había visto, y se había detenido preguntando: ¿no es esa niñita hija de una inquilina mia? Y que les había dado un luis de oro para que comprasen confites y juguetes. Otra madre hubiera tomado en sus brazos á su hijita para lle- narla de besos, no sólo como si ese fuese un modo indirecto de agradecer, sino como quien da á entender á su hija que cada beso de una madre vale más que un luis de oro. Pero Elisa no había dado aún á su hija el primer beso. No sospechaba, ni estaba para pensar, á qué fin podía encaminarse la acción del propietario. Si que era de extrañar y agradecer lo que hacía aquel señor, y lo extrañaba y agradecía en silencio. El correo del interior le trajo una carta del propietario, y eso sí que extrañó mucho, pero que no agradeció nada. «Sra. D.* Elisa Biren. Muy Sra. mía y de mi mayor afecto: Yo no sé si con esta carta pretendo un imposible, ó si sólo seré un importuno. Por ambas cosas pido á V. el perdón anticipado. A nadie pregunto, y por eso ignoro si actualmente es V. casada ó viuda. Como quiera que sea, prefiero preguntarlo á V., yá V. misma rogarle que ni me conteste si en ello tiene el menor in- conveniente. Esto, sin embargo, no quiero que sea obstáculo para manifestarle el afecto cordial que en mí despertó su primera vista. Haga V. de esto el aprecio que quiera. Soy soltero todavía, y me consideraría feliz uniendo su suerte á la mia. Si ya su estado me lo imposibilita, sólo le deseo felicidades, quedándome yo con tan pocas ganas de casarme como he tenido siempre. Esperaré ¿quién sabe? En mi corazón la haré siempre única mía. Humilde y rendi- dos. s. q. b.s. p.—Roque Saunier». No hay para qué decir que Elisa tiró al fuego esta carta y siete más sin contestar; que Saunier continuó dando á la niña luises de
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