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O A <A 452 Historia de una Cubana merse en su discurso—qué chato y qué pobre de espíritu. Pero le contestó: —Veo eres ambicioso, y me gusta tu pensamiento; pero creo que lo he pensado mejor yo; á lo menos no cambio por la tuya mi idea. —¿Cuál es? Sí. Para tí está sino la corteza, pensaba Saunier. Se abstuvo, por supuesto, de exponérsela, diciéndole que era demasiado gran- de y ventajosa para los dos, y necesitaba más tiempo para madu- rarla. Que á su hora la sabría. Saunier, en efecto, había pensado también en varias ocasiones y viajes robar á la señorita, pero su codicia le hacía creer siempre que encontraría mejor ocasión para hacerlo solo, sin sospechas de su compañero, ni obligación de hacerle partícipe. Entonces hubie- ra encontrado un decoroso pretexto para retirarse, abandonando á él y á ella. Ahora, ya que el otro habia expresado ese pensa- miento, no quería él lo que pudiera engendrar sospechas. También es cierto que se le había ocurrido ya de tiempo, otro proyecto más grandioso, más fácil, nada expuesto y que si llegaba á realizarlo como venía estudiándalo y ahora se le presentaba ocasión, sería más ventajoso para él, que robar solo ó á medias 30, 40 ó 50.000 pe- sos. Puso, pues, manos á la obra con más ó menos conocimiento de su compañero, halagado éste con la promesa de un buen plus por secundar sus planes, pero ignorando del proyecto casi todo. Em- pezó Saunier por pedir á Santander 5.000 francos de extraordina- rio para una estratagema, por medio de la cual creía muy próxima la captura del capitán. Pero en realidad era para comprar la ca- sita en que vivía Elisa, y la compró á propio nombre, Roque Sau- nier. En Cuba tenía ese pseudónimo. Unos seis ú ocho meses hacia que Elisa habitaba la casa, y siempre había pagado el alquiler mensualmente á un administrador, encargado por el propietario de todas su propiedades urbanas. Un día se presentó Saunier en persona á cobrar, habiendo dejado de hacerlo muy calculadamente tres meses seguidos, ó sea, desde que él podia cobrar por sí mismo ó por otro á título de propiedad. —Habréis extráñado, señora; —decía á Elisa -el ladrón, bien afeitado, —que tanto haya tardado mi administrador esta vez en venir á cobrar. Verdaderamente, Elisa no podía comprender que siendo tan
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