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me 450 Historia de una Cubana que huye del peligro, pero yo aseguro á ese canalla, raptor, la- drón, que le alcanzará el puñal empujado por mi oro. Nada de volver aquí. Queden ahí con igual compromiso y en iguales con- diciones, y si algo extraordinario necesitan, yo tendré ya adver- tido á mi agente en Santander. Ahora espero más que nunca que se les presente pronto oca- sión y que su primera carta la escribirá con sangre maldita de ese malvado, encabezando la carta con un ¡Triunfaremos! ¡Ojalá venga toda escrita con la sangre del corazón de ese perro! Vuestro amo, Antonio Biren». Bastante costó á Saunier cambiar de opinión respecto á la me- jor ocasión de asesinarle en Francia, pues recordando lo acaecido aquella noche en Irún, se convencía de que todos estaban desorien- tados y nadie sabía dónde paraba el malvado. Con todo, su amo es- peraba ahora más que nunca, y en eso de astucias propias y en- tender las ajenas, su amo sabía más que él, no era él ni novicio de aquel maestro consumado. Comunicó al español, su compañero, la contestación de Biren y convinieron en que debían vigilar más por lo que pudiera ser. De todos modos él paga por esperar, pues esperemos. ; Su redoblada vigilancia, no obstante, resultaba doblemente in- útil y les aburría. Meses y meses y hasta años pasaron sin más nove- dad que dejarse ver Elisa en el paseo alguna vez con su hija, á quien no había hecho una caricia, y la nodriza. Por lo demás, siempre estaba en casa, y en la fonda sólo entraban pasajeros que en todo se conocían nada tenían que ver con el capitán ni con Elisa. Biren, á las cartas de Saunier, escritas con tinta, y siempre con el consabido «no parece» siempre contestaba con nuevo coraje, con más destemplado espíritu, con frases más groseras y avinagra- das contra Martínez. En una carta se dejó llevar de la ira hasta el punto de escribir estas palabras: «El deseo de venganza me devo- ra. Estoy harto de sufrir y esperar. Nada me importaría la muer- te de esa mujer parricida. Sólo la aprecio como cebo para cazar al ave de rapiña, como la lombriz despreciable á la cual tarde ó temprano ha de venir aquel pez.» En otra carta les amenazó con reemplazarlos, pues sospecha- ba que sólo se cuidaban de cobrar y pasarlo bien. Y hasta les de-

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