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HUSA CAPÍTULO III Celosa de una monja l to de palacio si llegaba alguna triste noticia del hospi- tal. Por otra parte, su hija, su casa abandonada de Berlín, con un enfermo gravísimo, y aún la reciente conversación con la papista, eran emociones que ahuyentaban el sueño de sus ojos. Cada dos horas ordenaba al asistente traerle un sorbo de caldo; y con bas- tante pena tenía que dejar de ordenarle que le trajese también los partes que Behring enviaba cada hora. Revolvió mucho con su imaginación aquella noche; contra toda su costumbre, á las ocho de la mañana estaba ya levantada, y en vez del café con leche pi- dió al asistente recado de escribir. Media hora larga estuvo con la pluma en la mano, mojándose y secándose sin escribir palabra. ¡Oh!..... ¡Qué embarazo! Era la primera vez que ella se dirigía á una papista, y la empresa era ardua; pues además de no saber cómo saludarla al principio ni como despedirla después, se le re- sistiía el natural á pedirle nada. Bien que incluía por el momento un billete de 1.000 francos, pero aún esto la molestaba. ¿Creería aquella papista que ella apreciaba tanto las oraciones que le supli- caba? Además que acaso el General estimaría de su deber escribir él mismo. Y dejándose llevar de la inveterada costumbre de hacer y deshacer donde ella estaba, escribió la carta y llamó á la Re- ligiosa para entregársela. —Hermana; tenéis á la puerta un coche, aquí está esta carta para la Superiora. Podéis leerla.
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