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Novela histórica 445 —Doctor, luego que esté algo mejor, pienso irme á vivir en la Coruña. Allí ha muerto él... allí está enterrado... allí... Y el llanto seco, y el hipo terrible le impidió continuar. —Señora, veo que no debéis ir á la Coruña, porque con todo conocimiento os váis á la muerte. —¿Para qué... quie...ro vi...vir más? —Es que no debéis pensar en vos sola, señora. ¿Hasta entonces no habia pensado ella que tuviese ya personal- mente otra obligación? ¿es que momentáneamente olvidó su opor- tuna adhesión en las puertas del cementerio? El pensamiento ha- bía sido más triste y criminal. Un duplicado sentimiento de ver- gúenza la hizo callar. El Doctor lo comprendió, y para evitarle luego el sonrojo con- tinuó: —También creo debéis marchar de todos estos lugares donde tanto habéis sufrido, y de todas partes donde estéis expuesta á re- cuerdos ó trato de personas que agraven vuestro estado por demás peligroso. —No sé; yo no sé donde ir. —Si me permitís aconsejaros... —Decid, decid. Obedeceré lo que me mandéis si puedo. —Pasar á Francia. Instalaos allí. —¿Y cuándo puedo ir? —No ahora, ciertamente. Pero cuanto antes mejor, porque sé que os aprovechará. Además que, aquí, sólo se puede vivir en ve- rano; y en verano precisamente no os conviene. —Pues disponedme vos el viaje. Os lo agradeceré. A los pocos días pasaba el puente de Irún y Hendaya que se- para España de Francia, y el 14 de diciembre de 1846 estaba ya instalada en una fonda de Bayona. Ella que no entendía el vasco, encontraba el francés muy familiar. A AS

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