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Novela histórica 441 dos los momentos de vuestra vida. No tenéis más que los precisos para oir esta carta del sargento Rodríguez, escribiente de mi papá. Hizo seña al cochero de que encendiese y le trajese el farol, y luego á su luz leyó: «Habana, 31 de octubre del año 1846. Sr. D. Carlos Martínez. -— Terrible desencanto para los apostados. Muy Sr, mío y querido amigo: Su carta me ha inspirado com- pasión al ver la inquietud que le devora por la suerte de su her- mano. No le hubiera escrito nunca, y menos la verdad de todo; más ya que tanto me ruega sea claro, vaya con toda claridad todo cuanto sé, ó por lo menos todo cuanto se dice por aquí y es ya del dominio público por haber hablado los diario. Su hermano se ena- moró del oro de una cubana, y después de un asesinato, despachan- do de este mundo á quien le estorbaba, engañándonos á todos, ha huido con ella, llevándose una buena cantidad, burlando al Capi- tán General, y separándose del servicio militar, pues dicen que envió su retiro desde Galicia, luego de llegar á España el 10 6 12 de agosto, diciendo también (según se dice), que era inútil se le buscase. Tenga esto presente para lo que le diré. En esos mismos días apareció un militar ahogado en la Coruña, según hemos leído aquí en noticias de la Península, pero no se comprueba fuese él, por lo menos hasta ahora. Veré de indagar más, ó háganlo ahí en Galicia. Lo que yo creo como muy posible, y hasta casi cierto, que esa negra de quien me habla, es la misma Elisa, mujer astuta co- mo ninguna, ciegamente enamorada y celosa, la que también causó la muerte de mi Coronel, su padre de V. León se enamoró no de ella, sino del oro. Vendió el caballo propiedad de su papá, realizó cuanto pudo, pretextó que su mamá le llamaba, y se fugó. Ahora pues, una de dos: ó él trató de separarse de esa negra, llevándose el oro que ella robó y abandonarla, en cuyo caso ella le envenena. ría como aquí saben hacerlo sin dejar rastro de nada, ó bien viven todavía juntos, pero oculto él, indagando ella entre tanto las dis posiciones de la justicia por el asesinato, por el hurto y por la fu- ga. No me costaría creer que ella se lo guarda, y lo andará lloran- do muerto, bonita propaganda para que nadie se tome la molestia de buscarlo». Inútil es que prosiga más. Y por no recordarlo, no os recon- vengo de la muerte de mi padre. Elisa..... por primera y última o ARANDA

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